Muchas
veces, a solas o en compañía, nos preguntamos acerca de cuestiones
existenciales y también acerca de la muerte. ¿Qué es la muerte, qué pasa
después? Este trabajo tiene que ver justamente con eso. Por supuesto que yo,
personalmente, no tengo idea de lo que pasa después. ¿Después de qué? después
de morirte.
Después de
nacer, crecer, caerte por primera vez de la bicicleta, después de madurar, formar
una familia, realizarte profesionalmente, envejecer…
…Podría
decirse entonces que no tengo por qué escribir nada. Porque si no soy capaz de
contestar a una pregunta tan pero tan profunda como esa mi trabajo no vale.
Pero no, sí que vale.
Propongo una
respuesta desde la fe. Muchas veces he trasnochado con amigos preguntándonos
cuestiones incapaces de responder racionalmente. Este trabajo tiene que ver con
el fin de los tiempos, con lo que pasará después. Es díficil imaginárselo
porque nadie lo ha revelado. Son preguntas, preguntas retóricas que sacuden el
alma y nos hacen pensar.
Por todo
eso, dejo a un lado la filosofía y le doy paso a Dios.
Le entrego
mis dudas a Él y les digo: adelante.
La
escatología cristiana y su significado
La palabra
escatología deriva del griego ‘éskhata’, que significa "cosas
últimas"; fue traducida al latín en la versión de la Biblia llamada
"La Vulgata" como ‘novissima’, que significa "lo más nuevo"
o "las cosas más recientes".
"En
todas tus acciones ten presente tu fin, y jamás cometerás pecado" (Ecl 7,
36). Es común que se recurra a este último pasaje bíblico para intentar
fundamentar un tratado de escatología, en la que la Biblia se refiere al fin
individual de cada persona.
Sin
embargo, con esta definición se hace un lado a lo que se conoce como
escatología intermedia: aquella que estudia la etapa que va desde la muerte de
cada persona hasta el final de toda la humanidad. "(…) la escatología se
refiere, sobre todo, al destino del hombre y del mundo después de la
muerte"
La escatología en el Nuevo Testamento
Tiene su
característica propia en el acontecimiento de Cristo, considerado como
presencia personal de Dios en la Tierra y también como anticipación de la
manifestación futura de Dios con la venida del Espíritu Santo.
Desde sus
comienzos la fe cristiana consideró a la resurrección de Cristo no sólo en
relación al pasado como cumplimiento de las profecías divinas, sino también en
relación al futuro, como anticipación y garantía de la salvación venidera al
final de los tiempos. El sentido escatológico del misterio de Cristo, desde su
entrada en el mundo hasta su resurrección, adquiere así una perspectiva nueva:
aparece la teología de la carta a los Hebreos, por ejemplo, que nos da su
visión de Cristo como presencia personal de Dios en la historia (Hb 1, 1.4).
Según San
Pablo, Cristo se encarna en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) y
presenta todo el misterio de Dios como un mismo acontecimiento que se inicia en
la encarnación como apropiación de nuestra existencia temporal y mortal, que
culmina en la cruz "y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte en cruz. Por lo cual Dios se exaltó y le otorgó el Nombre que está por
encima de todo nombre" (Flp 2, 6-11), y que llega a su plenitud con la
glorificación del Señor.
San Pablo
subraya también el acto de la potencia divina en su resurrección, que da lugar
a la divinización plena de la humanidad de Cristo (Col 1,9; 2,9). Cristo se
hace hombre para que el hombre se haga Dios. Cristo nos comunica una gracia que
nos la hace saber con la cruz.
Santo Tomás
concluye que la economía salvífica de Dios para el hombre se ha cumplido.
Cristo, al encarnarse, asume la naturaleza humana con todo lo que implica.
Asume el límite característico del hombre al unir lo infinito con lo finito.
También lo
afirma el Catecismo: "El fin último de toda la economía divina es el
acceso de los hombres a la unidad perfecta de la Trinidad. Pero desde ahora
somos llamados a participar de Dios trino" Además de aludir, claro está,
al misterio central de la revelación: a Dios trino y salvador del hombre.
En la
teología cristiana hablamos de pleroma; de la encarnación del Verbo que
significa el fin del universo. Así, Cristo aparece como fin y como plenitud,
porque todo resucita con Cristo y todo llega a su fin. Por ello decimos que
Cristo es Señor de la historia y Cabeza de la Iglesia (Ef 1, 22) (Apoc 22,
12.13).
"Si
alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y
haremos morada en él" (Jn 14,23).
Cristo como acontecimiento escatológico para la
humanidad, el mundo y la historia
Como
hombre:
El Nuevo
Testamento presenta a Cristo como destino definitivo de la humanidad. Una vez
que Cristo resucita no muere jamás, su resurrección es definitiva e imposible
de anular. Cristo ha vuelto a la vida para siempre. San Pablo afirma que Cristo
resucitó como primicias de entre los muertos; esto significa que en la
resurrección de Cristo está incluída la nuestra, porque primicias indica el
inicio de una serie.
El mismo
San Pablo afirma que Cristo es primogénito de entre muchos hermanos (Rom 8,29),
o de entre los muertos (Col 1,18), siendo primogénito el primer hijo después
del cual vendrán otros. Por esta misma razón es que se le llama primogénito,
porque indica que otros muertos resucitarán después que Él.
Es
importante aclarar que Cristo resucita en función del hombre. Resucita para
inagurar el camino que seguirá más tarde toda la humanidad. Y su resurrección
significa para el hombre la instauración definitiva de la salvación: el hombre
puede ahora esperar un destino eterno al asociar su destino al destino de
Cristo resucitado.
Del mundo:
El Nuevo
Testamento también presenta a Cristo como fundamento de la creación "el es
imagen del Dios invisible, primogénito de toda la Creación" (Col 1, 15).
Por tanto, Cristo interviene en la creación, por Él fueron creadas todas las
cosas y todo tiene en Él su consistencia; además, todo cuanto existe alcanza su
plenitud en Cristo, Dios tuvo a bien residir en Él toda plenitud (Col 1,16-19).
Entonces,
en Cristo se recapitulan todas las cosas, las del cielo y las de la tierra
"… hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef 1,10); esto
significa que fuera de Cristo la creación carece de sentido, no podría
sostenerse. Sería impensable porque Cristo es el principio creativo y divino de
todo cuanto existe.
De la
historia:
La
encarnación de Cristo es signo de solidaridad y de amor hacia todos los
hombres. Al encarnarse Dios hizo suya la historia y logró que la historia
cronológica –temporal- se convirtiera en historia salvífica, de la salvación,
redimida. Más aún, con su muerte Cristo se solidarizó con la condición mortal
del hombre. La glorificación de la humanidad de Cristo ocurrida en el momento
de su resurrección implica una transformación total del ser humano y de todo lo
creado. A partir de la resurrección surge, entonces, un destino trascendente y
eterno para todos los hombres, porque existe posibilidad de purificarse y de
salvarse.
La escatología y su relación con la cristología
o dimensión cristológica de la teología
La
escatología entra en relación con la cristología de acuerdo a la soteriología,
a la salvación humana gracias a la obra de Cristo.
La
resurrección de Cristo es el único acontecimiento definitivo de toda la
historia de la salvación. Su resurreción ha de extenderse a los que pertenecen
a Cristo y sería "la cima del misterio que comenzó en el bautismo"
Según San
Pablo, sobre Cristo resucitado la muerte ya no influye sobre él. De esta manera
Cristo es el acontecimiento escatológico en sí mismo, es el máximo –éskaton- de
salvación que Dios puede ofrecer al hombre, es la plenitud de lo opuesto a lo
provisional.
Cristo es
también la comunión más profunda que pueda existir entre Dios y el hombre y,
por ello, decimos que es imagen perfecta del hombre. Todo fue creado por Él,
todo tiene su consistencia en Él y todo llegará a su plenitud en Él. La
humanidad de Cristo hace, entonces, al Hijo de Dios como único mediador entre
Dios y los hombres, y también, como mediador de todas las cosas divinas.
La
escatología, por tanto, no hace otra cosa que explicitar lo que está ya
implícito en la cristología. Entonces: no puede haber escatología sin
cristología porque la resurrección de Cristo es el único misterio escatológico
que ha sucedido en la historia humana y, es precisamente por ella, que podemos
hablar de realidades últimas o escatológicas –de un ‘más allá’-.
La escatología y su relación con la
antropología
Sabemos que
la resurrección es un acontecimiento histórico y salvífico, que es lo único que
nos permite hablar de las cosas que están ‘más allá de la muerte’, es decir, de
cosas trascendentes.
El miedo a
la muerte radica en pensar que, al carecer de cuerpo, tampoco tendremos
conciencia de existir. Tenemos miedo de que con la muerte corporal dejemos de
tener un yo conciente. Entonces, si el hombre siente que vive en cuanto a lo
que aspira y proyecta, ¿qué sentido tiene esforzarse en una vida que habrá de
terminar?
La realidad
es que el hombre no puede evitar la muerte. Si el hombre, entonces, sufre la
muerte como experiencia límite de su existencia es porque anhela seguir
viviendo y porque la muerte lo desvincula de ese contacto sensible con el mundo
y con los otros seres humanos.
El hombre
busca trascender. Es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, un ser que se
caracteriza por estar dotado de libertad, dignidad, diferenciarse de los demás
seres, capacidad de amar y de conocer.
Y Cristo es
aquel que vuelve a unir aquella semejanza del hombre a Dios –rota en el Antiguo
Testamento- por ser el nuevo Adán, el nuevo hombre, que libera al mundo de
pecado y lo salva. Hablamos de una antropología unitaria, la cristiana, en la
que la muerte es terrible "porque significa el final del hombre
entero".
Según
Carvajal, la Biblia nos dice el hombre es una unidad integrada por un cuerpo
(bazar), por un primer ‘soplo’-el que nos revive y anima a vivir (nefesh)- y
por un espíritu orientado hacia Dios (ruah), entre lo más importante. Y es un
hombre que necesita de Dios, justamente, por haber sido creado a imagen y
semejanza suya.
Según el
filósofo atropólogo Bloch, la reflexión sobre el hombre como espíritu encarnado
y sobre las condiciones fundamentales de su acción en el mundo se muestra
incapaz de alcanzar una plenitud definitiva en todo lo que hace. La fe puede
ayudar, pero no desborda al hombre, no lo apacigua. Por ello necesitamos de
Dios, de alguien que nos de esperanza de resurreción y de salvación. Gracias a
la venida de Cristo la historia se ha eternizado y ha dado paso a una verdadera
historia de salvación.
Y es en
Cristo donde "podemos ver, por tanto, ‘al hombre prefecto’. Sólo en Él la
humanidad alcanza su plenitud y se hace totalmente imagen de Dios"
A modo de
conclusión, la antropología humana hace del hombre un ser dual; un ser de
cuerpo y alma. Y es justamente la concepción antropológica, la que permite y
hace posible la escatología, porque se necesita de un ser integral como el
hombre capaz de trascender a la muerte y resucitar en cuerpo glorioso y alma.
"Esta antropología hace posible la escatología"
La parusía de Cristo
Parusía
deriva del griego "pareimi" que significa "estar presente"
o "llegar". Antiguamente el helenismo utilizó esta palabra para
referirse a la manifestación en la tierra de las personas divinas, así como
para designar la entrada triunfal de los reyes o príncipes a las ciudades de
sus dominios.
En el Nuevo
Testamento "la resurección de Cristo está asociada con la Parusía de
Cristo". Según el Catecismo la parusía es el advenimiento de Cristo
resucitado al final de los tiempos; por ello, se encuentra asociada con el fin
del mundo (Mt 24,3.27.39, entre otros). Se asocia con la resurreción porque gracias
a ella Cristo volverá a nosotros en su segunda venida. Una venida que será
definitiva.
San Pablo
describe muy bien la parusía en Tes 4,13-18:
"Hermanos,
no queremos que estéis en la ignorancia respecto a los muertos, para que no os
entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús
murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a los que
murieron en Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que
vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor, no nos adelantaremos a los
que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por
la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán
en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos
arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y
así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas
palabras".
A modo de
conclusión, Parusía responde a la venida de Cristo o su venida gloriosa.
Parusía es la manifestación espléndida de la gloria de Cristo y la revelación
completa de su misterio, tanto en el mismo Jesucristo como en quienes esperan y
aman la Epifanía del Señor; es decir, el esplendor o manifestación luminosa
propia de Cristo. Por tanto, decimos que nuestra resurrección ha de ser un
acontecimiento eclesial en la parusía de Cristo (Apoc 6, 11).
El juicio escatológico. ¿Salvación o condena?
Según la fe
cristiana, la historia de la humanidad tiene un sólo fin: la salvación. Ésta
última es el objeto propio de la Escatología.
"La
muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o
rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo". Según el Catecismo, la
muerte significa la incapacidad de acciones benhévolas que puedan llevar al
hombre a la salvación o a la condenación eterna; ya nadie puede hacer nada por
su propia salvación porque dejó de existir. Una vez muerto, el hombre pierde la
posibilidad definitiva de aceptar o rechazar a Cristo.
Existe un
juicio particular que ocurrirá para cada quien en el momento de su muerte, y un
juicio final –o escatológico- que ocurrirá al final de los tiempos. Según el
Catecismo, aquellos que mueren en la amistad de Dios viven para siempre con Él.
Los que no, se condenan. Las almas amigas de Dios se vuelven imagen del Padre
porque todo lo ven "tal y cual es" (1 Jn 3,2), es decir, entienden
toda la revelación y han de contemplar eternamente a Dios.
El juicio
escatólogico de Dios será, entonces, la triunfo definitivo de Dios sobre el
pecado y la muerte. Es verdad que, a lo largo de los siglos, la idea de
justicia empezó a verse algo así como una rendición de cuentas del hombre
frente a Dios. Esto empezó a generar mucha angustia en el hombre, un hombre que
afirmaba que muy pocos eran los que se salvaban. Sin embargo, nótese que
"(…) Jesús (…) anuncia sólo la salvación (…) La condenación del hombre
sería en el peor de los casos, únicamente una posibilidad para personas
individuales (…). Esto último significa que la salvación o condena de cada uno
depende pura y exclusivamente de cada uno. Existe el pecado, pero también
existe el arrepentimiento. Dios es infinitamente justo, pero también
infinitamente misericordioso.
Por otra
parte, en el Antiguo Testamento, existen pasajes bíblicos que encierran a la
misericordia divina: "Dios vio que era bueno todo cuanto había
hecho(…)" (Gn 1). "(...) no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea
en la destrucción de los vivientes" (Sab 1,13). "No quiere la muerte
del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 18, 23).
Recordemos
que el Nuevo Testamento define a Dios como Amor (1 Jn 4,8) y quiere que todos
los hombres se salven y conozcan la verdad (1 Tim 4,8).
Sin
embargo, la Comisión Teológica Internacional afirma que existe una condenación
definitiva para aquellos que mueren con pecados graves: "El infierno es
una verdadera posibilidad real y, por ello, no es lícito suponer un automatismo
de salvación".
Es difícil
hablar del fin de los tiempos. Dios no lo ha revelado. Lo que sabemos es que el
Reino de Dios llegará a su plenitud luego del juicio final. Sólo Dios conoce y
sabe cuándo y en qué lugar. "Será entonces cuando comprendamos toda su Providencia
y Dios triunfará justamente sobre las injusticias mundanas" . Esto último
significa entender la revelación completa de Dios.
¿Qué pasa después de la muerte?
Luego de la
muerte, muchos teólogos confían en lo que se llama " (…) atemporalismo: afirmando
que después de la muerte el tiempo no puede de ninguna manera existir más
(…)". Por ello, sostienen que ‘todos morimos al mismo tiempo’, es decir,
al no haber tiempo, la muerte eterniza al hombre. Por ende, las resurrecciones
también serán simultáneas.
Según la
tradición bíblica, el pueblo de Israel creía que los hombres debían subsistir
después de la muerte en un lugar llamado sheol. Era una segunda vida, tanto
para los justos como para los impíos. Era un mundo subterráneo al cual debían
descender los que iban a él (Gn 37,35; Num 16,30-33). Los muertos (refaim) que
están allí "no alaban al Señor y están separados de él".
Será a
partir de esta idea del sheol cuando se empezará a hablar de resurrección.
Ya en el
Nuevo Testamento se cree en una supervivencia inmediata luego de la muerte. Y
resurrección es, justamente, aquella unión profunda con Cristo, la comunión que
nos lleva a Dios.
Por otra
parte, la Iglesia cree que existe un estado de purificación luego de la muerte,
un estado intermedio entre el mundo y la contemplación divina. Cuando uno
muere, "existe una comunión con Cristo resucitado que, si es necesario,
presupone una purificación escatológica" .Entonces, la muerte es el paso
del hombre a la eternidad, y a un purgatorio si es que necesita de ello.
El purgatorio significa que, por gracia de
Dios, se concede al hombre madurar de forma radical luego de morir. El
purgatorio es ese proceso, doloroso como todos los procesos de ascención y
educación, por medio del cual el hombre, al morir, actualiza todas sus
posibilidades y se purifica de todas las marcas con las que el pecado ha ido
estigmatizando su vida, sea mediante la historia del pecado y sus consecuencias
o sea por los malos hábitos adquiridos a lo largo de la vida. Es un estado
intermedio, "habla con gran alegría de la esperanza de la parusía de Dios
que ‘transformará a nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su
cuerpo glorioso’ (Flp 3, 21)"
La Sagrada
Escritura contempla otra posibilidad, la de que el hombre fracase en su destino
de alcanzar la salvación y se hunda en un horror que sobrepasa todo lo
imaginado: la condenación o infierno.
El infierno supone la negación de aquella
comunión con Dios que constituye la bienaventuranza de los muertos. Se habla de
perder la vida (Mc. 8,35), del "horno de fuego" (Mt 13,50), del
"fuego que no se apaga" (Mc 9,43.48), del "llanto y rechinar de
dientes" (Mt 13,42), del "fuego que arde con azufre" (Ap 19,20),
entre otras citas bíblicas. El infierno es una condenación eterna. Significa perder
a Dios. Sin embargo, según Carvajal, Dios no ha creado el infierno, porque todo
lo que tiene en Él su origen es bueno. ¿Y por qué? Porque "el infierno es
una situación humana y, por lo tanto, no es algo que pueda existir con
independencia de que alguien decida colocarse en dicha situación". El
infierno en Carvajal tiene que ver con el endurecimiento de una persona en el
mal. Por ende, es un estado creado por los mismos que se condenan.
Ahora bien,
el cielo o paraíso es la continuación lógica de los otros temas escatológicos
que ya hemos visto.
Cuando hablamos de cielo hablamos del Reino
de Dios. Según Carvajal, al igual que el purgatorio y el infierno, el cielo es
un estado de amor y de gracia eterna, de comunión profunda con Cristo y de
contemplación y gozo eterno de nuestro Padre, Dios.
Resurrección de la carne y vida eterna
Como ya se
dijo, la resurrección de Cristo ha de extenderse a aquellos que pertenecen y
aceptan a Cristo. Lo acontecido en Cristo con su resurrección significó la
confirmación categórica de la esperanza cristiana: Dios no abandonará a sus
elegidos en poder de la muerte. Pero ojo: la inmortalidad del alma no significa
lo mismo que la resurrección de los muertos. La inmortalidad del alma significa
la existencia de la misma por siempre, mientras que la resurrección de los
muertos es la divinización o glorificación del ser humano con cuerpo y alma, la
que alcanzará una vida plena semejante a la que recibió la humanidad de Cristo
al resucitar.
Ahora bien,
¿cómo resucitarán los muertos? Es decir, ¿con qué cuerpo? Según San Pablo la
imagen de la semilla propuesta en Cor 1, 35-49 trata de ilustrar la necesidad
de pasar por la muerte en atención a la trasformación definitiva del ser. Pablo
presenta así al cuerpo actual como el "grano desnudo" que no es
todavía el cuerpo definitivo; desde este cuerpo provisional que hoy poseemos,
no podemos ni siquiera imaginar cómo será nuestra corporalidad resucitada.
Entonces,
cuando hablamos de cuerpo no hablamos de cadáver. Es diferente. Cuando hablamos
de cuerpo hablamos de un cuerpo místico, el de Cristo, pues " (…) habiendo
llegado a su fin la historia, la resurrección de todos los ‘co-servidores’ y
hermanos completará el cuerpo místico de Cristo" (Apoc 6, 11). Por ende,
es el cuerpo de Cristo quien resucita alcanzando así su plenitud, y los
individuos singulares llegarán a la resurrección en cuanto que se hagan
miembros de ese cuerpo.
A todo
esto, el hombre porta de un elemento consciente llamado alma (psyché). Ésta
hace que la esperanza escatólogica cuente con una fase doble: entre la muerte y
el fin de los tiempos existe la psyqué humana. Esto último hace que el hombre
jamás deje de existir totalmente. Sin embargo, se han elaborado "nuevas
teorías que afirman la resurrección en el momento de la muerte para que no
queden espacios vacíos entre la muerte y la parusía"
San Pablo
en Grecia
En Grecia,
antes y después de la revelación Cristiana en Roma, "(…) existían dos
tradiciones míticas muy diferentes pero solidarias entre sí(…)" que se
referían a los cataclismos griegos futuros:
la teoría de las edades del Mundo, que
comprendía el mito de perfección de los comienzos
y la doctrina cíclica.
Hesíodo fue
el primero que escribió acerca de la degeneración progresiva de la humanidad en
el curso de las cinco edades. La primera, la Edad de Oro, bajo el reino del
dios Cronos (el tiempo) era una especie de paraíso: los hombres vivían mucho
tiempo, no envejecían nunca y su existencia era semejante a la de los dioses
del Olimpo. "(…) La teoría cíclica tuvo su aparición con Heráclito que
tuvo gran influecia sobre la doctrina estoica del Eterno Retorno. Más adelante
se constatará la asociación de estos dos temas míticos (…)".
Luego de
las influencias orientales, los estoicos tomaron de Heráclito la idea de el Fin
del Mundo por el fuego, mientras que Platón sostuvo que el fin del mundo sería
El Diluvio.
Atenas, en
aquel momento, era una tierra politeísta y que desconocía la resurrección de la
carne. Los griegos creían en la descención del alma humana al Hades -Tierra de
los muertos o infierno- y confiaban en la permanencia eterna del alma en el hades
sin posibilidad juicio previo.
El Hades,
según la mitología griega, está gobernado por Hades, el dios de los infiernos.
Un dios inmortal que conserva las mismas pasiones que los hombres y que no es
más malo o justo que los demás o que el mundo entero por ser el dios de los
muertos. En Hades, entonces, permanecen por siempre las almas de todos los
hombres. Por ello era muy importante para un griego la práctica correcta de
ritos funerarios y enterrar honorablemente a sus muertos, porque creían que el hombre
alma, al carecer el cuerpo de un entierro digno, jamás podría descansar en paz.
Ahora bien,
luego de la revelación cristiana, San Pablo se encaminó a Atenas a fin de
predicar el kerygma. Una vez allí, la Biblia afirma que San Pablo inició un
discurso memorable al senado de los sabios paganos, en el Aerópago, y les habló
de un "Dios desconocido", de un único Dios todopoderoso y eterno.
"(…) Pues bien, lo que adoraís sin conocer, eso os vengo a anunciar"
(Hch 17, 23). Aquel que ha creado todas las cosas, que nos ha redimido y que un
día resucitará nuestra carne.
Al hablar
de la resurrección de los muertos, fue interrumpido por gritos, murmullos
obstructivos y carcajadas. "(…) ¿Qué querrá decir este charlatán? (…)
Parece ser un predicador de divinidades extranjeras (…)" (Hch 17, 18).
Muchos oyentes abandonaron el lugar, mientras que otros se acercaron al orador
para decirle: "Basta por hoy, otro día nos hablarás de estas cosas".
Pero algunos creyeron.
Al salir
Pablo de Atenas, con tristeza por los pocos adeptos conseguidos, se encaminó a
Corinto.
Se
concluye, entonces, que los griegos no aceptaron el misterio de la resurrección
de la carne porque ellos tenían otras creencias. No entendían le hecho de que
el hombre pudiera resucitar en un cuerpo glorioso. A falta de fe quizás, no
pudieron comprender el misterio de un Dios trino y resucitado. Porque en
Grecia, el fin de los tiempos -como ya se dijo- tiene que ver con la teoría de
las edades del mundo y con el Eterno Retorno.
Conclusión
Pudimos ver
que la escatología encierra los misterios más profundos. La Biblia nos habla de
escatología en el Apocalipsis, pero de manera metafórica y confusa. Si fin de
los tiempos tiene que ver con la muerte, debemos morir para poder ser
partícipes de la comunión con Dios en Cristo.
Es verdad,
nadie dijo que morir fuera algo lindo o deseable. Pero retomando la fe, afirmo
que Cristo tampoco. Él no quería morir pero sabía que iba a resucitar al tercer
día. También sabía que debía cumplir con la voluntad del Padre.
La muerte,
entonces, se muestra como una señora desconocida. El hombre teme a la muerte
porque todo aquello que el hombre desconoce le teme. San Pablo ya lo dijo una
vez: "El salario del pecado es la muerte" (Rom 6, 23). Entonces es
cierto, la muerte es consecuencia del pecado.
Más allá de
lo que sea, es natural que el hombre sufra la muerte de las personas que ama.
La muerte de alguien cercano es fea, el que sufre se enoja, llora, se cuestiona
el por qué, reza, se abandona y, si el golpe no es muy fuerte, la acepta.
Hay que
entender que la muerte es parte de la vida; es decir, la vida no sería
"vida" sin muerte. Si decimos que la muerte es "una oportunidad
en la cual el hombre puede y debe manifestarse como hombre", debemos
ayudarnos de la fe y de la esperanza, de la revelación cristiana, tenemos que
acordarnos de que Cristo resucitó y venció a la muerte, a toda enfermedad y a
todo sufrimiento que existió, que existe y existirá.
Hay que
creer a la muerte como una "puerta" que conduce a la comunión con Cristo.
Por ello, según la Comisión Teológica Internacional, debemos ayudarnos de los
sacramentos, que nos preparan para la muerte.
De hecho,
en la escatología y revelación cristiana "la eucaristía es el remedio de
la inmortalidad"
Fuentes: Monografías.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.