David dijo:
“Dios es mi roca” (2 Samuel 22:2). Dios no quiere simplemente darnos fortaleza;
Él quiere ser nuestra roca, nuestra fortaleza. En 1 Samuel 15:29, se le llama:
“la gloria de Israel”.
Muchos de
los hombres y mujeres de la Biblia sabían que Dios era su fortaleza; se
convirtieron en ejemplos que hoy nos alientan a confiar en la fortaleza de
Dios. David escribió en el Salmo 18:29 que, por su Dios, podría desbaratar
ejércitos y saltar muros. En 1 Reyes 19:4–8, un ángel llegó y ministró a Elías,
porque estaba cansado y deprimido, y pudo seguir su camino por cuarenta días
con sus noches con la fortaleza que había recibido de aquella única visita. El
apóstol Pablo encontró una fortaleza de Dios tan maravillosa que en 2 Corintios
12:9-10 escribió que se regocijaba en sus debilidades, sabiendo que cuando era
débil, la fortaleza de Dios vendría sobre él y suplantaría esas debilidades.
Para ponerlo en lenguaje de hoy, Pablo estaba diciendo que se ponía contento
cuando era débil, porque entonces tenía la oportunidad de experimentar la
fortaleza de Dios.
¿Cómo hace
una persona para recibir la fortaleza de Dios? Por fe. Comience a recibir la
fortaleza de Dios creyendo su promesa de fortalecerlo. Esa fe estimulará su
cuerpo, además de su alma y su espíritu. Por ejemplo, si usted tiene una
espalda débil, podrá ser fortalecida. En nuestras conferencias, el Espíritu
Santo ha fortalecido rodillas, tobillos y espaldas débiles, cuando hemos orado
por quienes le pidieron fortaleza a Dios. Su poder sanador venía mientras
aguardábamos su presencia, y lo recibíamos de Él.
Por la fe,
usted puede recibir fortaleza para permanecer en un matrimonio difícil, para
criar a un niño difícil o para afrontar un trabajo complicado en el cual hay un
jefe problemático. Usted puede recibir fortaleza para hacer grandes cosas,
incluso si tiene algún impedimento físico.
¿Ha estado
tratando de vencer las dificultades por usted mismo? De ser así, cambie ya.
Comience a obtener la fortaleza de la profundidad de su ser, donde mora el
Espíritu Santo. Si esa fortaleza divina aún no vive en usted, todo lo que
necesita hacer para recibirla es admitir sus pecados, arrepentirse de ellos, y
pedirle a Jesús que sea su Señor y Salvador. Entreguéle a Él su vida, todo lo
que usted es y todo lo que no es. Pídale que lo bautice en el Espíritu Santo y
lo llene de pies a cabeza con el poder del Espíritu. Deje que Dios sea su
fortaleza. Diga, junto con David: “Es mi Dios, el peñasco en que me refugio” (2
Samuel 22:3).
—Tomado de
La Biblia de la vida diaria, de Joyce Meyer. Una publicación de Casa Creación.
Usado con permiso.
Fuentes:
Vida Cristiana
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