Primer
interrogatorio de los fariseos al ciego. (Leer Jn 9:13-41) Los vecinos
del que había sido ciego creyeron que un milagro tan extraordinario debía ser
examinado por la autoridad religiosa, así que llevaron al hombre ante los
fariseos.
Ahora bien,
las obras del Señor ya habían despertado una fuerte oposición entre los líderes
religiosos judíos en otras ocasiones, así que no debemos esperar que estuvieran
muy predispuestos a aceptar este nuevo milagro. Como ya sabemos, el problema
radicaba fundamentalmente en que Jesús no se sometía a las normas religiosas
que ellos habían añadido a la Palabra de Dios, especialmente en lo relacionado
con el día de reposo.
Para esta
ocasión se convocó una reunión más o menos formal ante un grupo de
representantes autorizados por el Sanedrín. Como líderes religiosos tenían que
dar un veredicto acerca de este milagro y también acerca de Jesús. Lo lógico
habría sido que un hecho tan extraordinario hubiese silenciado y avergonzado a
cuantos se oponían a Jesús, pero como vamos a ver, tuvo el efecto contrario: en
lugar de recibirle como el Mesías, le condenaron, y también expulsaron de la
sinagoga al que había recibido el milagro. Tal grado de ceguera espiritual
empezaba a ser extremadamente grave.
Pero vamos
a considerar los hechos desde el principio. El evangelista nos dice que
"era día de reposo cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto
los ojos". Este detalle se menciona aquí, antes de iniciar el
interrogatorio, porque va a ser decisivo para las conclusiones finales.
Los judíos
consideraban que amasar tierra y saliva era un trabajo prohibido en el día de
reposo. Pero en realidad, esto no era lo que decía la ley de Dios, sino una
interpretación que ellos habían añadido al mandamiento divino y por la que se
regían en sus juicios. Pero como ya sabemos, para el Señor Jesús la Palabra de
Dios era la única norma auténtica de fe y conducta, razón por la que cada vez
que las tradiciones judías entraban en oposición con la Ley, él no tenía ningún
reparo en ignorarlas, e incluso condenarlas. Y por otro lado, para el Señor
hacer obras de misericordia era prioritario, y no iba a dejar de hacerlas ni
siquiera en el día de reposo. Como él mismo había señalado en una ocasión
anterior, también su Padre seguía haciendo estas obras en el día de reposo (Jn
5:17-18).
Todo esto
predisponía a los judíos muy negativamente contra Jesús, hasta el punto en que
aunque vieran un milagro tan extraordinario como el de la curación de un ciego
de nacimiento, ellos buscarían la forma de no dar ningún crédito al Señor. Pero
en este caso, como en muchos otros antes, lo tenían muy difícil. Su primera
línea de actuación consistió en buscar algún defecto de forma en el proceder
del Señor, así que le preguntaron al que había sido ciego "cómo había
recibido la vista". Y el que había sido ciego explicó nuevamente lo que ya
había dicho antes a sus vecinos: "Me puso lodo sobre los ojos, y me lavé,
y veo".
A primera
vista todo parecía correcto, pero ellos rápidamente sacaron la conclusión de
que Jesús no podía proceder de Dios porque el milagro había sido realizado en
día de reposo. Pero, entonces, ¿quién lo había hecho? Si finalmente decían que
no había sido Jesús sino el Padre, ¿le acusarían también al Padre de quebrantar
el día de reposo? La otra opción sería atribuirle el mérito del milagro al
mismo Satanás, pero esto aun sería mucho más descabellado, aunque ya lo habían
hecho en otras ocasiones (Mt 9:34). Al final, sus prejuicios religiosos contra
Jesús les llevaban a un callejón sin salida, y contra toda lógica, una vez más
cerraron sus ojos a la clara evidencia y se atrincheraron en sus acusaciones
contra el Señor por quebrantar el día de reposo al haber hecho lodo con su
saliva. Todo esto parece ridículo y absurdo, pero así ocurre con frecuencia con
muchos hombres de nuestro tiempo que también buscan desesperadamente la forma
de quitar a Dios de sus vidas y de sus mentes.
No
obstante, en aquel grupo de fariseos había otros a los que no les parecía
coherente esta forma de pensar y decían: "¿Cómo puede un hombre pecador hacer
estas señales?". Seguramente se trataba de una minoría que no se atrevía a
alzar mucho la voz, y que en lugar de hacer afirmaciones tajantes, sólo se
atrevían a formular una pregunta. ¿Cómo podía un hombre pecador, que no hubiera
sido enviado por Dios, llevar a cabo un milagro tan asombroso como éste? Su
razonamiento era el mismo que el que Nicodemo había hecho al Señor en aquella
visita nocturna que encontramos en (Jn 3:2).
Así que,
una vez más "había disensión entre ellos" acerca de quién era Jesús.
Unos se dejaban llevar por sus prejuicios religiosos y los otros por una lógica
indiscutible.
Buscando la
forma de resolver este conflicto preguntaron nuevamente al ciego: "¿Qué
dices tú del que te abrió los ojos?". Es curioso que aquí no dudan de que
Jesús, al que en todo momento evitan llamar por su nombre, había hecho un
milagro en el ciego. Como veremos dentro de un poco, más tarde interrogaron a
los padres porque no creían que aquel hombre hubiera sido ciego. En realidad,
iban de uno a otro lado buscando la forma de dar una explicación alternativa al
milagro que dejara fuera a Jesús.
La pregunta
que hicieron al ciego sanado ponía a aquel hombre en un serio compromiso. Él,
al igual que sus padres, sabían que los judíos habían determinado que si
alguien confesaba que Jesús era el Cristo sería expulsado de la sinagoga (Jn
9:22). ¿Cómo les contestaría? ¿Desacreditaría a Jesús para evitar de este modo
entrar en un conflicto con los líderes religiosos del judaísmo? Pero, ¿cómo
podría negar lo que Cristo había hecho por él?
La presión
que los judíos estaban ejerciendo sobre él parecía tener el propósito de sacar
algo de aquel hombre que les permitiera condenar a Jesús. Esto habría supuesto
una gran victoria para ellos. Pero este hombre no iba a complacerles. Es cierto
que todavía no sabía quién era Jesús, puesto que apenas había tenido trato con
él, pero había algo de lo que no tenía ninguna duda; la persona que había
obrado su curación tenía que ser alguien enviado por Dios. Así que, con una fe
incipiente, declaró que Jesús tenía que ser un profeta. Esta era una opinión
generalizada entre muchos judíos (Mt 21:11) (Mt 21:46) (Mr 6:15) (Lc 7:16) (Lc
24:19), aunque, como sabemos, Jesús era mucho más que un profeta, pero aquel
hombre todavía no había tenido la ocasión de descubrirlo.
Interrogatorio
de los fariseos a los padres del ciego
El
interrogatorio al ciego sanado no había arrojado los resultados que ellos
esperaban, así que llamaron a los padres del ciego para continuar con sus
averiguaciones. Curiosamente, en esta ocasión comienzan con una nueva linea de
investigación poniendo en duda lo que ya habían dado por hecho; que aquel
hombre había nacido ciego: "Pero los judíos no creían que él había sido
ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que
había recibido la vista".
Las cosas
no estaban saliendo como ellos querían, y aunque toda la evidencia apuntaba en
la dirección opuesta a la que ellos hubieran deseado, sin embargo decidieron ir
adelante en busca de algún indicio que apoyara sus hipótesis. Vemos con ello su
extraordinaria incredulidad y su obstinada determinación a cerrar los ojos ante
la luz.
Hay muchas
personas que son iguales que estos judíos. Por muchas evidencias que pudieran
tener acerca de la existencia de Dios, seguirían negándolas sobre la única base
a sus prejuicios. Voltaire, uno de los principales representantes de la
Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, dijo en una
ocasión: "¡Si se obrara un milagro en el mercado de París ante los ojos de
1000 personas y de los míos propios, antes de creerlo desconfiaría de esos 2000
ojos y de los míos propios!".
La
incredulidad no es consecuencia de la falta de evidencias, sino de la voluntad
de no querer creer. Por eso, aunque una persona llegara a ver muchos milagros
de parte de Dios, no hay ninguna garantía de que finalmente se convirtiera en
un creyente. El pueblo de Israel vio infinidad de intervenciones sobrenaturales
de Dios mientras estuvieron en Egipto y en el desierto, pero aun así murieron
por su incredulidad en el camino a la tierra prometida.
Y estos
fariseos de la época de Jesús seguían siendo tan incrédulos como sus
antepasados, y por esa razón llamaron a los padres del que había sido ciego en
un nuevo intento de encontrar algo que les ayudara a justificar su
incredulidad. La razón de este nuevo interrogatorio no era para averiguar la
verdad, sino que se debía al hecho de que no querían creer al ciego sanado
porque éste daba testimonio de Jesús.
(Jn 9:19)
"Les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís
que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?"
La forma en
la que los fariseos hicieron su pregunta parecía insinuar que pensaban que
tanto los padres como su hijo se habían puesto de acuerdo para difundir el bulo
de que aquel hombre había sido ciego de nacimiento.
Pero los
padres no querían problemas con los líderes religiosos y lo único que estaban
dispuestos a hacer era reconocer que aquel era su hijo y que había nacido
ciego: "Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro
hijo, y que nació ciego". Pero lo que no iban a hacer era tomar parte en
la controversia que sus interrogadores tenían con Jesús, así que dijeron:
"cómo vea ahora, no lo sabemos, o quién le haya abierto los ojos, nosotros
tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí
mismo".
Quizá fuera
verdad que los padres no sabían exactamente los detalles de la curación de su
hijo, aunque en ese momento había pasado tiempo suficiente como para que se
hubieran puesto al corriente de todos los hechos. La verdadera razón por la que
estaban eludiendo cualquier relación con el caso de su hijo era el temor hacia
aquel tribunal religioso ante el que se sentían indefensos. Suponemos que sentían
un pavor parecido al de aquellos que siglos más tarde tuvieron que comparecer
ante el "santo" tribunal de la Inquisición. El temor los paralizaba,
y a pesar de que tenían muchas razones para estar agradecidos con Jesús por la
sanidad de su hijo, prefirieron medir sus palabras: "Esto dijeron sus
padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían
acordado que si alguno confesare que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la
sinagoga".
Fue su
falta de valor, su egoísta cobardía, el temor a ser excluidos de la vida social
y religiosa del judaísmo lo que les llevó a decir, "no lo sabemos".
Así prefirieron estar al lado de los enemigos del Señor, más bien que
confesarle. Los fariseos habían infundido tal temor entre el pueblo que lograron
paralizar el testimonio de estos padres.
La actitud
de estos líderes religiosos era realmente muy grave. No sólo se empeñaban en no
creer en Jesús, sino que también trataban por todos los medios de impedir que
otros creyeran en él. La forma de conseguirlo era ejerciendo amenazas sobre
todo el pueblo. El evangelio de Juan nos dice que hubo muchos que por este
temor a los judíos no confesaban abiertamente que eran discípulos de Jesús (Jn
7:13) (Jn 12:42) (Jn 19:38).
¡Cuántas
personas habrán escogido la condenación eterna por haber temido la oposición
del mundo! El Señor había advertido seriamente sobre este particular:
(Lc 12:4-5)
"Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después
nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que
después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os
digo, a éste temed."
Pero, ¿por
qué se acobardaron tanto los padres? Los judíos habían determinado que el hecho
de confesar a Jesús como el Cristo era algo tan grave que sería castigado con
la excomunión, lo que implicaba ser excluido de las actividades religiosas y de
la vida social de Israel. Sin duda, esto sería un castigo terrible para
aquellas personas. Les resultaría difícil soportar el ostracismo social,
económico y familiar al que serían relegados. Y no solo para aquellos hombres
hace dos mil años, sino también para cualquier judío que en el día de hoy se
convierta al cristianismo. Ellos también sienten el mismo pavor al pensar en
ser apartados de Israel. Y lo mismo se puede decir de aquellas personas que
viven en un ambiente musulmán, budista, ateo...
Así que,
los padres del que había sido ciego tenían temor de propasarse y que sus
palabras pudieran ser interpretadas como un testimonio a favor de Cristo, por
lo que optaron por derivar el asunto hacia su hijo: "Por eso dijeron sus
padres: Edad tiene, preguntadle a él". No parecía que les importara mucho
que su hijo fuera expulsado con tal de que ellos no lo fueran. ¡Cuántas cosas
miserables podemos llegar a hacer por el miedo a los hombres!
Segundo
interrogatorio de los fariseos al ciego
No habiendo
logrado lo que querían de los padres, la comisión de investigadores vuelve a
interrogar al ciego sanado: "Entonces volvieron a llamar al hombre que
había sido ciego". En este momento se habían dado cuenta de que era
imposible negar la realidad del milagro, por lo que su línea de argumentación
cambia nuevamente. Su táctica ahora va a a consistir en intentar intimidar
también al que había sido ciego. Al fin y al cabo, de esta manera habían
conseguido silenciar a sus padres para que no dieran testimonio de Jesús.
Comienzan
diciéndole: "Da gloria a Dios". Sus palabras reflejan el orgullo y la
autosuficiencia de los que se creen jueces absolutos de la verdad. Pero ¿que
pretendían? La expresión "da gloria a Dios" podría ser considerada
como una fórmula solemne para ordenarle que glorificara a Dios diciendo toda la
verdad. En este sentido vemos cierto paralelismo con las palabras de Josué a
Acán que encontramos en (Jos 7:19). Pero es muy probable que también tuvieran
la intención de hacerle confesar que aquel milagro había sido hecho por Dios y
que el hombre que le había untado los ojos con lodo no había tenido nada que
ver con él. Al fin y al cabo, eso es lo que le están proponiendo que dijera:
"nosotros sabemos que ese hombre es pecador". Según esto, debería dar
la gloria a Dios y no a "ese hombre".
En
cualquier caso, es curioso que en el capítulo anterior el Señor les había
retado a que dijeran de qué pecado le acusaban y ninguno de ellos había dicho
nada (Jn 8:46), pero aun así siguen dando por hecho que es un hombre pecador.
Sin
embargo, aquel hombre no se parecía a sus padres. A él no le iban a conseguir
amedrentar y de ningún modo iban a sacar de sus labios la afirmación de que
Jesús era un hombre pecador. Veamos la respuesta que les dio:
(Jn 9:25)
"Entonces él respondió y dijo: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que
habiendo yo sido ciego, ahora veo."
El se
aferra a su propia experiencia. No aspiraba a poder explicar cómo se había
obrado el milagro, y tampoco conocía mucho acerca de su benefactor, pero el
hecho innegable es que antes era ciego y ahora veía. Contra esto no había
argumentación posible. Y lo mismo pasa con un verdadero cristiano. Quizá su
conocimiento sea escaso, su fe sea débil, pero si Cristo ha llevado a cabo una
obra de regeneración en su corazón, entonces siente algo irreprimible:
"estaba en tinieblas y ahora tengo luz".
Así pues,
mientras que los opositores de Jesús sólo tenían teorías y palabras, el que
había sido ciego respaldaba su afirmación con un hecho incuestionable. Frente a
esto, las opiniones sin fundamento se desvanecen. Y así ocurre también con
nosotros; el mundo puede dudar y menospreciar nuestra fe, pero nada pueden
hacer contra la realidad de una nueva vida en Cristo.
Los
interrogadores habían fracasado en su intento de hacer cambiar el testimonio
del que había sido ciego, pero ellos vuelven a insistir con las mismas
preguntas en la esperanza de encontrar siquiera una contradicción o un nuevo
elemento de juicio con que poder acusar a Jesús: "Le volvieron a decir:
¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?".
Pero el
ciego sanado ya había visto sus intenciones y empezaba a estar cansado de
ellos, así que, con mucha valentía comenzó su ofensiva: "El les respondió:
Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez?
¿Queréis vosotros haceros también sus discípulos?". Después de todo, ¿qué
sentido tenía volver a repetir las mismas cosas que no querían oír? Había quedado
claro que no les interesaba la verdad y que sólo estaban buscando una excusa
para justificar su incredulidad. Su actitud era completamente absurda, porque
sin razón alguna se oponían a la evidencia del milagro, y buscaban
desesperadamente algo contra quien lo había realizado. Así queda claro una vez
más que mientras que la fe es una postura racional y lógica que descansa sobre
hechos, la incredulidad es incoherente e irracional y sólo se puede basar en
palabras y teorías.
Pero la
proposición un tanto sarcástica que el ciego sanado hizo a los fariseos acerca
de la posibilidad de que ellos llegaran a ser discípulos de Jesús, despertó sus
iras. Consciente o inconscientemente, les estaba haciendo un desafío que
tendría consecuencias, aunque por el momento no supieron qué decirle. Quizá les
pilló desprevenidos porque no esperaban que aquel pobre hombre, que hasta ese
momento se había dedicado a la mendicidad, tuviera el valor de enfrentarse
contra todo el sistema religioso de la época. Aun así, el caso es que los
avergonzó y logró silenciarlos.
Pero ellos
no eran de la clase de personas que admitirían una derrota. De ningún modo iban
a tolerar que un simple mendigo desafiara su autoridad. Pero tampoco tenían
nada con que defender su postura, así que, heridos en su orgullo, comenzaron a
despreciar al que había sido ciego: "Y le injuriaron, y le dijeron: Tú
eres su discípulo; pero nosotros, discípulos de Moisés somos".
Notemos que
le acusaron de ser discípulo de Jesús, ¡como si eso fuese un crimen! Al mismo
tiempo, lo que estaban insinuando era algo que ya habían expresado con
anterioridad: que sólo la gente pobre e ignorante eran seguidores de Jesús (Jn
7:49-50). Pero los fariseos no eran ni lo uno ni lo otro. Por eso les indignaba
la sola idea de que hombres tan sabios como ellos pudieran convertirse en
discípulos de Jesús.
A menudo,
los que se encuentran en una posición elevada, los grandes y los nobles, son
los últimos en conocer la verdad. Frecuentemente sus posesiones y su posición
ciegan sus entendimientos y los apartan del reino de Dios. En cualquier caso,
la nueva vida que Dios da a personas sencillas sirve para avergonzar y poner en
evidencia la insensatez de los que se creen sabios. El apóstol Pablo lo explicó
en su carta a los Corintios:
(1 Co
1:26-28) "Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos
sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio
del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo
escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es"
Era obvio
que el hombre al que el Señor había curado de su ceguera pertenecía a una clase
muy humilde, pero sin embargo, veía mucho más que los orgullosos gobernantes
judíos con toda su ciencia.
Entonces
los fariseos se defendieron diciendo que ellos eran discípulos de Moisés y que
no necesitaban a ningún otro maestro. Como recordaremos, en el capítulo
anterior se habían gloriado de ser hijos de Abraham (Jn 8:39). Pero ni Moisés
ni Abraham podrían salvarlos. Parece que su confianza estaba en su origen
racial como judíos ("nuestro padre es Abraham"), y en su buena
formación espiritual ("nosotros, discípulos de Moisés somos").
Frente a
estos personajes tan importantes del pasado, ¿quién era Jesús? Así que dijeron:
"Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero respecto a ése, no
sabemos de dónde sea". Ellos sabían que Dios había designado a Moisés para
que fuera maestro y legislador, pero no sabían nada acerca de Jesús. Según
ellos, no tenían prueba alguna de que Jesús viniera de Dios. Pero, ¿acaso no
les habían sido presentadas todas las señales y pruebas que lo acreditaban como
el Mesías anunciado por los profetas? ¡Claro que sí, pero ellos no las
quisieron ver! Y esto era lo realmente grave, porque como líderes religiosos de
la nación todavía no habían logrado dar una explicación convincente al origen
del poder y la sabiduría de Jesús. Simplemente lo rechazaban y le hacían
acusaciones absurdas. Y lo mismo hicieron con su precursor, con Juan el
Bautista; cuando el Señor les preguntó sobre el origen de su autoridad, lo
único que fueron capaces de decir fue: "No sabemos" (Mr 11:29-33).
Pero para ocultar su culpable incompetencia e ignorancia, se mostraban orgullosos
y altivos diciendo: "nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés; pero
respecto a ése, no sabemos de dónde sea". Los prejuicios teológicos de los
fariseos los cegaban ante cualquier cosa que no fuera sus propias opiniones
preconcebidas. Su orgullo y fanatismo no les permitía aprender más.
Pero sus
argumentos no tenían sentido. El Señor ya les había dicho que si creyeran en
Moisés, también creerían en él, puesto que de él había escrito Moisés (Jn
5:46). Según el razonamiento de ellos parecía incompatible creer en Moisés y al
mismo tiempo en Jesús, cuando lo cierto es que ambas cosas eran
complementarias: si hubieran sido auténticos discípulos de Moisés también lo
serían de Jesús. Pero de él no querían saber nada, ni siquiera eran capaces de
pronunciar su nombre, siempre se refiere a Jesús como "ése", usando
un tono despectivo.
Su
palabrería no convencía al que había sido ciego y volvió a la carga:
"Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo maravilloso, que
vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos". Realmente los
puso en un aprieto. ¿Cómo podían ser líderes espirituales de Israel y
confesarse ignorantes en cuanto a la autoridad de uno que tenía poder para
abrir los ojos de los ciegos? Quedaba claro que eran guías ciegos a pesar de
sus pretensiones. Todos sus títulos académicos y la posición religiosa que ocupaban
les habían impedido conocer la verdad en cuanto a Jesús, algo que aquel pobre
ciego cada vez estaba viendo con mayor claridad.
La lógica
del mendigo era muy simple pero totalmente correcta: sólo quien está dispuesto
a hacer la voluntad de Dios puede ser escuchado por Dios: "Y sabemos que
Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su
voluntad, a ése oye". En realidad, con una habilidad extraordinaria estaba
usando las convicciones de los mismos fariseos para atacarles. Era un hecho que
ellos pensaban que "Dios no oye a los pecadores". Ellos siempre
enseñaban que las respuestas a las oraciones dependían de que un hombre hiciera
la voluntad de Dios y que fuera justo. ¿Cómo podían entonces decir que Jesús no
provenía de Dios si había hecho un milagro único? ¿Cuál sería su explicación
ahora? ¿Se encogerían de hombros y dirían nuevamente como los modernos
agnósticos; "no sabemos"?
El ciego
sigue con su razonamiento: "Desde el principio no se ha oído decir que
alguno abriese los ojos a uno que nació ciego". Les hace notar también la
obra completamente extraordinaria que Jesús acababa de hacer. Era algo que
estaba muy por encima de las facultades humanas, y de hecho, aquel hombre no
había escuchado que nunca antes se hubiera hecho un milagro así. Y seguro que
él habría repasado la historia muchas veces buscando un rayo de esperanza para
su propio caso sin encontrarlo nunca. ¿Cómo era que los fariseos no podían
apreciar la grandeza de lo que había ocurrido?
Pero
finalmente, el hombre que había sido ciego no iba a depender de que los
fariseos aceptaran a Jesús y asumió su propia responsabilidad frente a él:
"Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer". Para él, la
autoridad con la que Jesús actuaba era divina, no había otra explicación
posible, y así se lo expuso a sus interrogadores. No habían conseguido
amedrentarle y sin temor alguno dejó clara su posición.
"Respondieron
y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le
expulsaron"
Sus
argumentos habían resultado incontestables para los fariseos, que habían sido
silenciados públicamente. Ahora ellos se vuelven airados contra el que había
sido ciego y le insultan y también le expulsan.
Notemos lo
que le dicen: "Tú naciste del todo en pecado". Para ellos su cegara
era una demostración de que era un hombre malvado. Esto fue un golpe muy cruel
para alguien que había pasado toda su vida siendo víctima de una enfermedad tan
terrible. Pero en cualquier caso, no tenían en cuenta toda la verdad, porque el
ciego ya había sido sanado, lo que siguiendo su lógica, les debería haber
llevado a pensar que si era merecedor de un milagro así era porque había dejado
sus pecados. Pero ya no valía la pena seguir explicándoles más cosas, ya que no
estaban dispuestos a escucharle.
¡Qué
atrevimiento el de aquel hombre que intentó enseñarles acerca de Cristo! Pero
es que la fe coloca al más sencillo de los hombres por encima de los
"sabios y entendidos". Sin embargo, estos fariseos de ninguna manera
lo iban a aceptar, así que le dijeron: "¿Y nos enseñas a nosotros? Y le
expulsaron". Ellos se creían los jueces de aquel hombre al que
despreciaban con todas sus fuerzas por el solo hecho de haber hablado bien de
Jesús. Y puesto que fueron incapaces de contestarle con argumentos lógicos, y mucho
menos con la Palabra de Dios, le expulsaron de la sinagoga.
La
excomunión, la persecución y el encarcelamiento han sido siempre las armas
favoritas de muchos tiranos religiosos, que sin conocer a Cristo se han erigido
en jueces supremos de la fe. ¡Qué lejos estaban llegando los líderes
espirituales del pueblo escogido de Dios cuando expulsaban a un hombre sólo por
dar un testimonio favorable de Jesús! Antes habían querido matar a Jesús, y
ahora expulsan a los que creen en él. Sin duda, estamos aquí ante un momento
clave en el ministerio del Señor que marca la ruptura cada vez más definitiva
entre el judaísmo oficial y Cristo, entre la Sinagoga judía y la Iglesia
cristiana. Desde este momento la confrontación entre ambos será ya
irreconciliable. Se revelaba con claridad que el cristianismo no podría encajar
dentro del marco del judaísmo. Como ya había dicho Jesús: "nadie echa vino
nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino
se derrama, y los odres se pierden: pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de
echar" (Mr 2:22). Y aunque los primeros cristianos continuaron
participando en el templo y en los servicios de la sinagoga, pronto se hizo
obvio que el cristianismo no era compatible con aquel tipo de judaísmo.
Nosotros también,
como cristianos que vivimos dos mil años después, sabemos que aceptar la fe en
Jesucristo tiene las mismas consecuencias: aislamiento social, menosprecio,
oposición, burlas y en muchos lugares el martirio. Y por supuesto, aquellos que
hoy en día abandonan el judaísmo para convertirse a Cristo, siguen siendo
severamente criticados por la comunidad judía. No pasa nada si un judío es
ateo, pero tener fe en Jesús sigue teniendo consecuencias sociales muy
negativas.
"Oyó
Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de
Dios?"
Aquel nuevo
discípulo de Cristo no debía preocuparse por haber sido expulsado. Por un lado,
no es ninguna deshonra ser excluido de donde Cristo ha sido menospreciado.
Además, Dios escribe nuestros nombres en el libro de la vida de donde ningún
hombre podrá borrarlos jamás. Y por otra parte, en el siguiente capítulo
veremos que el Señor está formando su rebaño con aquellas personas que eran
expulsadas de la religión judía y recibe a todo aquel que era desechado por
ella.
Y aunque
éste será un tema que se desarrollará más profundamente en el siguiente
capítulo, aquí ya vemos que Jesús buscó al que había sido ciego nada más que
fue expulsado por los judíos. Él siempre está cerca de los que son injustamente
rechazados y excomulgados por los hombres. Cuando el mundo nos abandona por
causa de nuestra fe, Cristo se acerca mucho más a nosotros. En realidad, este
hombre, y todos nosotros también, ganamos con el cambio, porque siempre es
mejor estar con el Señor. Sería difícil que a partir de las experiencias que
acababa de pasar, pudiera encontrarse cómodo en el ambiente religioso que se
respiraba en el judaísmo.
Pero además
de dirigirle palabras consoladoras, el Señor lo buscó porque sabía que
necesitaba tener una visión más clara de quién era él para que pudiera seguir
enfrentando las pruebas que todavía vendrían después. Con esto comprobamos una
vez más el principio de que si somos fieles en lo que sabemos, seremos
conducidos a nuevos descubrimientos de la verdad.
En este
nuevo encuentro el Señor le enfrenta con una pregunta clave en este evangelio:
"¿Crees tú en el Hijo de Dios?". Era una cuestión complicada, pero
Jesús se daba cuenta de que los enfrentamientos con los líderes religiosos le
habían hecho crecer muy rápidamente y que estaba listo para dar el gran paso:
entender quién era Jesús realmente.
La
respuesta del ciego implica una actitud humilde: "¿Quién es, Señor, para
que crea en él?". El que había sido ciego no sabía quién era el "Hijo
de Dios", pero a diferencia de los fariseos, él sí que quería conocer y
aprender acerca de él.
Fue
entonces cuando Jesús se manifestó con total claridad: "Pues le has visto,
y el que habla contigo, él es". Notemos que Jesús se presenta aquí como el
objeto de la fe. Y por supuesto, lo que era válido para aquel hombre, lo es
también para toda la humanidad.
Fijémonos
también que el milagro había quedado ya en un segundo plano, ya que sólo era
una señal que le debería llevar a la meta, y ésa no podía ser otra que conocer
a Jesús como el Hijo de Dios. Cualquier milagro que no nos lleve a reconocer a
Cristo como el Hijo de Dios es una señal inútil y probablemente no provenga de
Dios.
"Y
él le dijo: Creo, Señor; y le adoró"
La
respuesta del hombre no se hizo esperar, inmediatamente le reconoció como
"Señor" y le "adoró". Sin duda el Espíritu Santo había
estado preparando la mente de este hombre durante el tiempo en que debatía con
los fariseos y lo único que le hacía falta en ese momento era un poco más de
luz.
El no
estaba dispuesto a alinearse con aquellos que negaban o insultaban al Señor,
sino que con tremendo gozo y gratitud, sin demorarse ni un minuto más, quería
confesar su fe en Jesús como el "Hijo de Dios" y adorarle.
Como ya
hemos señalado en otras ocasiones, el término "Hijo de Dios" equivale
a "Dios", y por eso el hombre le adoró. No se trataba de un mero acto
de respeto, sino que como en otras ocasiones en este mismo evangelio, la
palabra se usa para la adoración divina (Jn 4:20,24) (Jn 12:20). Es imposible interpretarlo
de otra manera, sobre todo si tenemos en cuenta lo que antecede. Y otro detalle
importante es que Jesús aceptó la adoración sin poner ningún obstáculo. Ante
situaciones similares los apóstoles o incluso los ángeles, rechazaron la
adoración de los hombres, porque lógicamente no les correspondía recibirla,
pero el Señor la aceptó porque es digno de ella (Hch 10:25-26) (Hch 14:14-15)
(Ap 19:10) (Ap 22:9).
Notemos
también que lo que aquel hombre estaba haciendo no era simplemente agradecerle
al Señor lo que había hecho por él al sanarle, sino que le estaba adorando por
quién era él. En realidad, la verdadera adoración centra su atención en la
dignidad y majestad de Dios, y no tanto en aquellos dones que recibimos de él.
Quizá por esto nos cuesta tanto adorarle, porque somos bastante egoístas y
siempre tenemos la tendencia de mirar a Dios por lo que nos da, más que por lo
que él mismo es. Se podría decir que mucho de lo que llamamos adoración es en
realidad gratitud por lo que él nos ha dado, y por supuesto, ser agradecidos es
algo muy importante también, pero si llega un día en que estas cosas nos
falten, fácilmente dejaremos de adorar a Dios. Job nos puede enseñar mucho
acerca de esto, porque después de haber perdido todo, siguió adorando a Dios,
porque para él, lo importante no era lo que recibía de Dios, sino la admiración
que tenía hacia Dios (Job 1:21).
A partir de
este momento, el que había sido ciego ya no sólo era un hombre sanado, sino un
hombre salvado que adoraba a Dios. Y la fe que tenía en el Hijo de Dios le
daría la victoria sobre el mundo (1 Jn 5:5).
Notemos
también que no sólo reconoció a Jesús como el Hijo de Dios y le adoró, también
lo confesó como "Señor". Esto implicaba aceptar que había adquirido
todos los derechos sobre su vida. No era algo impuesto, sino que el hombre lo
reconocía con todo gozo.
Resumiendo,
podemos decir que en este versículo encontramos todo aquello que caracteriza la
vida de un verdadero creyente. En primer lugar la fe, luego la libre y gozosa
aceptación de la autoridad del Señor, y finalmente la adoración a Jesús como el
Hijo de Dios.
A partir de
aquí el Señor va a tener una conversación con los fariseos y el que había sido
ciego desaparecerá del relato. Pero antes de que lo dejemos, podemos apreciar
cómo este hombre había crecido en el conocimiento de Cristo:
Inmediatamente
después de haber sido sanado, se refirió al Señor como "un hombre que se
llama Jesús" (Jn 9:11).
Cuando los
fariseos lo interrogaron dijo que Jesús tenía que ser "un profeta",
es decir, alguien que hablaba de parte de Dios (Jn 9:17).
En el
último interrogatorio de los fariseos, había llegado a la conclusión de que era
alguien que había venido de Dios y que hacía sus obras (Jn 9:31-33).
Y
finalmente, cuando se encontró nuevamente con Jesús, le reconoció como el
"Señor" y el "Hijo de Dios", cayendo inmediatamente a sus
pies para adorarle (Jn 9:35-38). Esta fue su confesión final y completa de fe.
"Dijo
Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y
los que ven, sean cegados"
Jesús hizo
esta declaración como conclusión a todo lo que acababa de ocurrir. Es cierto
que en una ocasión anterior había dicho que él no había venido al mundo para
condenarlo, sino para salvarlo (Jn 3:16-17), pero esto no podía evitar que
cuando cada hombre era confrontado con Jesús, inevitablemente algo sucedía.
Algunos creían en él mientras que otros le rechazaban. Los que creían en él,
como el hombre que había sido ciego, cada vez veían las cosas con mayor
claridad, mientras que los que le rechazaban, cada vez estaban más ciegos, como
los fariseos. Finalmente, nuestra relación con Jesús determina nuestra visión o
ceguera, pero también nuestra salvación o nuestra condenación. No es que él nos
condene, sino que la persona se condena ella misma al rechazar a Jesús.
El
propósito de Cristo al venir al mundo era el de dar vista a los que estaban
espiritualmente ciegos y anhelaban ver la verdad. Pero una consecuencia
inevitable de su manifestación como la Luz del mundo, era que ponía en
evidencia las tinieblas morales de los que espiritualmente eran ciegos. Su
presencia en el mundo sirvió para que cada hombre demostrara si pertenecía a la
luz o a las tinieblas, y al dividirse en estas dos clases, anticiparon lo que
sería su sentencia final. Lamentablemente, tal como ya nos ha dicho este mismo
evangelio, los hombres en general amaron más las tinieblas que la luz porque
sus obras eran malas (Jn 3:19).
Esta
discriminación natural que surge en relación a la persona de Jesús, es la que
tiene valor eterno, mientras que la excomunión que aquellos fariseos habían
ejercido contra el hombre sanado, no tenía ninguna repercusión más allá de los
estrechos límites del judaísmo de aquel tiempo.
"Entonces
algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso
nosotros somos también ciegos?"
En ese
momento había allí algunos fariseos, que como en otras ocasiones, vigilaban
cada una de las palabras de Jesús para ver si encontraban algo que pudieran
utilizar contra él. Y parece que se sintieron ofendidos por lo que Jesús
acababa de decir y reclamaron una aclaración: "¿Acaso nosotros somos
también ciegos?". Tristemente no eran movimos por un sentido de humildad y
preocupación, sino que más bien era una forma de reafirmar su posición de
liderazgo espiritual. ¿Cómo iba a ser que ellos, que se consideraban doctores
de la ley, fueran ciegos? Como dijo el apóstol Pablo describiendo a los judíos
incrédulos: "Confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están
en tinieblas" (Ro 2:19).
Pero Jesús
ya les había dicho en otras ocasiones que eran guías ciegos (Mt 15:14) (Mt
23:16,24), aunque ellos nunca lo habían querido aceptar. Habría sido mucho
mejor que hubieran confesado su ceguera con el fin de recibir la luz del Señor,
pero ellos prefirieron jactarse de su falso conocimiento y sabiduría
espirituales, lo que finalmente los condujo a las tinieblas eternas.
Y esto es
lo que ocurre siempre que se predica el evangelio. Tiene un doble efecto,
porque a los que admiten que no ven, les sirve para recibir la vista, mientras
que los que insisten en que ven perfectamente sin necesidad del Señor Jesús,
quedan confirmados en su ceguera. La luz sólo puede iluminar a los que admiten
su ceguera y desean ser iluminados.
"Jesús
les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís:
Vemos, vuestro pecado permanece"
Si ellos
hubieran admitido que eran ciegos y que necesitaban un Salvador, entonces
habrían recibido la luz del Señor y el perdón de sus pecados, pero su orgullo
les llevaba a decir que no necesitaban nada, que ya eran rectos y tenían la luz
que necesitaban. En esa situación no había perdón posible para ellos. Su
obstinada incredulidad y su autosuficiencia los estaba conduciendo a la perdición
eterna.
La solución
que el Señor les estaba dando era que reconocieran que estaban ciegos y que
necesitaban ayuda, por eso les dice: "si fuerais ciegos...". En ese
caso el Señor les habría dado luz y perdón de sus pecados. Pero lejos de eso
ellos siguieron gloriándose en aquello que les colocaba ante una horrenda
expectación de juicio. El Señor entonces hizo una solemne declaración:
"Vuestro pecado permanece". Esto nos enseña que aquellos que no se
arrepienten, sus pecados permanecen sobre ellos, porque no les son perdonados y
tampoco desaparecen.
Fuente: Estudio
Bíblico
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