Soy
afortunado al tener a mis cuatro abuelos vivos todavía. Son como robles de
muchos años que mientras más edad tiene, más hermosos y robustos se ven. Ellos
han pasado por muchos cambios, la vida no es la misma, el mundo ha cambiado
demasiado rápido y a veces les llega a resultar confuso y raro.
Hay muchas
cosas que han dejado de ser, la celeridad de los tiempos modernos no pide
permiso. Extrañan muchas cosas que le ha quitado la modernidad, entre ellas,
las estrellas. Ya no se ven como antes, no titilan como antaño. Su fulgor no es
el mismo que el que experimentaban en una cálida noche de verano. Alguien se ha
robado los refulgentes astros que les recuerdan a mis abuelos su feliz romance.
No exagero,
mire al cielo esta noche y verá que no miento. Un ladrón de estrellas se ha
llevado cada constelación, cada figura en el firmamento. No creo en cuentos de
hadas, no es culpa de duendes traviesos, ni de magos juguetones. Es
responsabilidad total de las luces artificiales cada vez más numerosas en
nuestra curiosamente llamada “civilización”. El fenómeno de la contaminación
lumínica ocurre en nuestras ciudades todas las noches. La emisión de flujo
luminoso en miles de direcciones nos quita la hermosa vista de las estrellas.
Tan común es, que ya no echamos de menos
las pléyades, ni los disímiles astros, ni los planetas. Nos hemos acostumbrado
a vivir sin ver las estrellas. Esto me preocupa en muchas maneras. Me asusta
que unas luces defectuosas me hagan olvidarme de lo bello de la naturaleza. Me
preocupa aún más, que dejen de importarme otras cosas más esenciales.
Tengo que
confesar que no veo mucha misericordia últimamente, ni mucha justicia, ni mucha
generosidad. Estamos rodeados de la barbarie y el desenfreno. Eso me
intranquiliza, pero no por ello debo dejar de esperar la bondad, la justicia y
la buena voluntad. Que las acciones contaminantes de otros no vengan a cegarme,
a quitar mi anhelo por lo auténtico y lo mejor de Dios.
Hay un
millón de luces alumbrando sin razones verdaderas, buscando encandilar al de al
lado para prevalecer sobre él. La hostilidad y la maldad campean. La guerra, el
odio, el terror son multidireccionales y alcanzan todos los estratos sociales.
No parece haber nada después de todo esto, solo caos. Sin embargo, hay
estrellas que alumbran todavía. A pesar de la contaminación y más allá de ella,
hay una pléyade de creyentes renacidos por el Espíritu Santo. Luces sin
contaminación que brillan con la luz de Jesús.
No se abren paso a la fuerza, no buscan protagonismo, no se andan con
megalomanías. Están firmes en el firmamento de su testimonio e integridad
cristiana.
No hay que
buscar un potente telescopio para verles, solo dejar de distraerse con tantas
luces falsas. Ahí están, en los trabajos, en los colegios, en los vecindarios.
Han decidido seguir alumbrando a pesar de la falsedad de un millón de
pretendidas luminarias. Seamos esas
luces que no se apagan por fuerte que soplen los vientos. Luces que no se
cansan de alumbrar, porque saben que en algún recodo del camino, en algún sitio
hay alguien que sigue creyendo que hay esperanza, que las estrellas siguen
existiendo.
¿Sabes lo que me pasa cuando veo una estrella? Me recuerdo que el
Creador está ahí, detrás de cada una de ellas y en cada una de ellas. Cuando el
mundo nos vea iluminando, verán también al Señor detrás de nosotros y en
nosotros. Quizás se nos una, quizás por nuestra luz, sumemos al firmamento una
nueva estrella.
Autor:
Osmany Cruz Ferrer
Escrito
para Devocional Diario
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