Leer:
Filipenses 3:7-14 | En todas las actividades, hay un premio que se considera el
epítome del reconocimiento y el éxito. Entre «los grandes premios», se
encuentran una medalla de oro olímpica, un Grammy, un Oscar o un Premio Nobel.
Sin embargo, hay un premio mayor que toda persona puede obtener.
El apóstol
Pablo estaba familiarizado con los juegos de atletismo del siglo i, donde los
competidores se esforzaban al máximo para ganar el premio. Con eso en mente, le
escribió a un grupo de seguidores de Cristo en Filipos: «Pero cuantas cosas
eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo»
(Filipenses 3:7). ¿Por qué? Porque tenía su corazón enfocado en un nuevo
objetivo: «a fin de conocer a Cristo y el poder de su resurrección, y de
participar de sus padecimientos» (v. 10 rvc). Por eso, agregó: «prosigo, por
ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (v.
12). Su trofeo por haber completado la carrera sería la «corona de justicia» (2
Timoteo 4:8).
Cada uno de
nosotros puede aspirar al mismo premio, sabiendo que, cuando procuramos
obtenerlo, honramos al Señor. En nuestras obligaciones diarias habituales,
vamos camino hacia «el premio mayor»: el «premio del supremo llamamiento de
Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:14).
Señor, dame ánimo para seguir sirviéndote.
Fuente:
Nuestro Pan Diario
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