Leer: Salmo
86:1-13 | Es probable que los vecinos no
supieran qué pensar cuando me vieron por la ventana un día de invierno, parada
frente al garaje con una pala en las manos y golpeando ferozmente un bloque de
hielo en la alcantarilla. Con cada golpe, vociferaba frases temáticas: «no
puedo hacerlo»; «no esperen que lo haga»; «no tengo suficiente fuerza». Además
de cuidar niños y tener otras responsabilidades, debía lidiar con el hielo… ¡no
aguantaba más!
Mi enojo
estaba envuelto en una serie de mentiras: «me merezco algo mejor»; «con Dios,
no basta»; «a nadie le importa».
Cuando el
enojo nos atrapa, caemos en la amargura y nos estancamos. El único remedio es
la verdad, y esta verdad es que Dios, en su misericordia, no nos da lo que
merecemos: «Tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para
con todos los que te invocan» (SALMO 86:5). Él también es más que suficiente (2
CORINTIOS 12:9). Sin embargo, para descubrir estas verdades, tal vez sea
necesario que nos detengamos, dejemos la pala de nuestros esfuerzos personales
y tomemos la mano llena de gracia y misericordiosa de Cristo. Dios es lo
suficientemente grande como para escucharnos y, además, amoroso como para
mostrarnos, en su momento, hacia dónde ir.
Gracia:
recibir lo que no merecemos. Misericordia: no recibir lo que merecemos.
LEA LA
BIBLIA EN UN AÑO: 2 Timoteo 1 / Jeremías 5-6 / Salmos 121
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