Cuando oramos a Dios, sin duda lo hacemos porque deseamos que algo
ocurra. Esa motivación que nace en lo íntimo de nuestro ser es la razón por la
cual millares de hombres y mujeres se acercan al Señor. Quieren que se produzca
–en la dimensión física—un cambio que puede ser llevar a la dimensión de lo
posible, aquello que humanamente resulta imposible.
Ahora, una pregunta
que sin duda se formula es: ¿por qué hay algunas oraciones que no reciben
respuesta?
Para despejar ese
interrogante es esencial tener en cuenta que cuando nos movemos y obramos en
fe, honramos a Dios. Si deseamos ver milagros, es necesario que en nuestro ser
haya fe. Creer, romper toda lógica humana, ver posible lo que el mundo
considera imposible.
El escritor bíblico lo
expresa de la siguiente manera: “De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el
que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los
que lo buscan con sinceridad.” (Hebreos 11:6)
Por favor, observe que
si procuramos que algo ocurra, debemos estar afincados en la fe, la convicción
de que para nuestro amado Creador no hay límites.
No obstante, hay
quienes todavía no tienen claro que la oración puede desencadenar cambios, como
explica el afamado autor y conferencista, John Maxwell: “Creo que las personas
no dedican mucho tiempo a la oración porque tienen una falsa actitud en cuanto
a ella. Algunos piensan que esto es algo que solo hacen las abuelas; o piensan
en las sencillas oraciones que decían en su infancia, tales como: «Dios es
grande. Dios es bueno. Demos gracias por nuestros alimentos. Amén», o «Ahora me
acuesto a dormir…» Sin embargo, aun personas que tienen el genuino deseo de
orar y han tratado de desarrollar una vida de oración, algunas veces tienen una
idea equivocada en cuanto a ella. Piensan que para hacerlo tienen que aislarse
por completo, arrodillarse, cerrar los ojos, juntar sus manos, etc. Toman
consigo una lista de cosas por las cuales orar y la revisan metódicamente. Nada
de eso es malo ni indebido, pero esa clase de vida de oración mecánica puede
llegar a ser muy tediosa. Para la mayoría de las personas después de orar
durante cinco minutos, no tienen más nada que decir, se frustran y entonces se
sienten culpables por no tener una mejor vida de oración. Por eso no nos
extraña que hayan tantos cristianos remisos a orar. Convirtieron la oración en
algo formal, inflexible y muerto, lo que nunca fue la intención de ser. Cada
vez que el mecanismo de la oración se interpone en interpone en nuestro amor
hacia Dios, se convierte en un impedimento y no en una ayuda”(John Maxwell.
“Compañeros de oración”. Editorial Caribe. EE.UU. 1998. Pg. 18)
Haga un alto en el
camino y pregúntese: Cuando oramos, ¿estamos convencidos de que Dios
responderá? Si es así, ¿qué impide que los milagros ocurran y que lo imposible
se haga posible?¿Acaso todavía no hemos aprendido a orar apropiadamente? Estos
cuestionamientos son muy importantes, y a partir de un análisis honesto, nos
arrojarán respuestas que nos permitirán aplicar correctivos a la apreciación
que tenemos de la fe, o crecer en esa certeza de que al orar, algo ocurrirá.
Tenga claro que no
siempre nuestras oraciones reciben respuesta, y ese hecho tiene una clara
explicación, y está relacionada con la forma como pedimos. El apóstol Santiago
explica que al orar al Señor “Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo
piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer.”
(Santiago 4:2, 3)
¿Comprende la magnitud
del asunto? Probablemente estamos pidiendo un auto último modelo, no porque lo
necesitamos, sino porque deseamos lucirnos ante las amistades. Por favor, no me
malentienda: No está mal pedir cosas mejores a nuestro Padre celestial, no que
no está bien es que lo hagamos para satisfacer nuestro ego.
Sobre esta base
podemos concluir que Dios no responde a nuestras oraciones en parte, porque
pedimos lo que no nos conviene.
Recuerdo la historia
de un hermano en la fe que le pedía a Dios una moto de alto cilindraje para ir
al trabajo. Oró por mucho tiempo, hasta que el Señor le proveyó el vehículo.
Esa fue la última vez que lo vimos en la iglesia. La pregunta es: ¿Acaso pidió
lo que no le convenía? Lo más probable es que sí. Y nuestro Supremo Hacedor, en
su infinita sabiduría, sabe cuándo concedernos las cosas.
Demos mirar entonces la oración no como la varita mágica para que lo que
deseamos ocurra, sino como el camino de acercamiento a Dios y, si en ese
proceso de ir a Su presencia, pedimos algo, tener la certeza de que Él en su
voluntad nos responderá con aquello que nos conviene.
Es esencial, entonces,
re-definir el concepto de oración, como recomienda el autor y conferencista,
John Maxwell: “Si podemos cambiar nuestras actitudes hacia la oración, es
decir, pensar en ella como un proceso que edifica nuestras relaciones con Dios,
y cultivamos un período diario de oración, podemos llegar a ser personas
fuertes en ella. Y la vida de oración que desarrollemos tiene el potencial de
transformar completamente nuestras vidas.”(John Maxwell. “Compañeros de
oración”. Editorial Caribe. EE.UU. 1998. Pg. 19)
El asunto no es buscar
a Dios para exigirle sino para pedirle y disponernos a recibir lo que Él, en su
infinito amor y sabiduría, quiera darnos. No exigir, insisto, sino pedir.
Reconocer que Él en su infinito poder, sabrá cuando darnos o no darnos lo que
pedimos. Recuérdelo siempre: Algunas veces Dios no responde a nuestras
oraciones porque desea darnos algo mejor.
Esperar en Dios nos ayuda a desarrollar la fe
La moratoria en la respuesta a nuestras oraciones nos ofrece dos
caminos: el primero, darnos por vencidos y no seguir intentándolo; y el
segundo: perseverar en clamor hasta que las respuestas se produzcan.
El apóstol Santiago
nos enseña que las pruebas, antes que afectarnos, nos ayudan a crecer en la fe
y en la esperanza. En su carta universal enseña: “Amados hermanos, cuando tengan que
enfrentar cualquier tipo de problemas, considérenlo como un tiempo para
alegrarse mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe,
la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse.”(Santiago 1:2, 3. NTV)
Si leemos
cuidadosamente el texto, entramos también a reconsiderar la perspectiva que
podamos tener hoy sobre el por qué no responde Dios a nuestras oraciones.
Podemos reflexionar en la forma cómo pedimos y para qué pedimos, pero al mismo
tiempo, considerar que a través de esa aparente tardanza, podemos experimentar
crecimiento en la fe.
¿Qué recomienda la Biblia para recibir respuestas?
Tal vez se estará preguntando: ¿Qué recomienda la Biblia en camino a
recibir respuestas a las oraciones? Además de que es un muy buen interrogante,
debemos comenzar la respuesta con la necesidad de desarrollar una vida de
oración constante, totalmente dependiendo de Dios.
Tenga en cuenta que
nadie nos enseñará a orar. Aprendemos a orar, orando, como escribe el
evangelista, Luis Palau: “…uno de los conceptos que solemos olvidar es que
nadie puede enseñar a orar a otra persona. La oración es algo que yo tuve que
aprender por mí mismo y que cada creyente tiene que aprender y practicar por sí
mismo. Puedo compartir con usted promesas bíblicas, algunas de mis propias
experiencias o experiencias de mis amigos, pero realmente no le puedo enseñar a
orar. La oración es como la natación. Rs algo que se hace en forma individual.
Usted puede leer manuales sobre la oración, puede orar a otras personas y oír
lo que esas personas dicen sobre las respuestas a sus oraciones, pero hasta que
usted no empiece a orar no sabrá lo que en verdad es la oración. Para aprender
a orar usted necesita empezar a orar. No demore un minuto más, si la oración
todavía no es algo diario y emocionante en su vida. Se lo digo por
experiencia.”(Luis Palau. “Cristo a las Naciones”. Editorial Unilit. EE.UU.
1988. Pgs. 198, 199)
Ahora, recordemos algunas pautas escriturales que nos llevan a recibir
respuestas cuando
oramos:
1. Buenas
relaciones familiares. Cuando hay conflictos con nuestro círculo familiar,
pareciera que se levanta una enorme barrera, como podemos inferirlo de la
enseñanza del apóstol Pedro: “De la misma manera, ustedes maridos, tienen que honrar a
sus esposas. Cada uno viva con su esposa y trátela con entendimiento. Ella
podrá ser más débil, pero participa por igual del regalo de la nueva vida que
Dios les ha dado. Trátenla como es debido, para que nada estorbe las oraciones
de ustedes.”(1 Pedro 3:7. NTV)
Estar en conflicto puede
desencadenar estorbo al clamor, aspecto sobre el que debemos meditar para
aplicar correctivos de ser necesario.
2. Perdonar a
quienes nos causan daño. Mantener un corazón lleno de rencor constituye otra
barrera para que nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con las demás
personas sea plena. El Señor Jesús enfatizó en la necesidad de perdonar: “Si perdonas a
los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu
Padre no perdonará tus pecados.”(Mateo 6:14, 15) Imagínese a alguien
clamando a Dios mientras que odia a su cónyuge, a alguien en su familia o a una
persona cercana.
3. Nuestras
peticiones deben glorificar a Dios. Todo cuanto pedía nuestro
amado Salvador Jesucristo, procuraba que Dios fuera exaltado, como lo enseñó en
su oración magistral en el Getsemaní: “Yo te di la gloria aquí en la tierra, al terminar la
obra que me encargaste.”(Juan 17:4)
Esta pauta le llevará
a reflexionar que quizá cuando usted ora porque algo ocurra, tal vez está
buscando su propia gloria, que todos alrededor sepan que es súper-espiritual.
4. Alejar toda
sombra de duda. No podemos estar pidiendo a Dios un milagro y, por otra parte, estar
gobernados por la duda, como enseñan las Escrituras: “Cuando se la pidan, asegúrense de que su
fe sea solamente en Dios, y no duden, porque una persona que duda tiene la
lealtad dividida y es tan inestable como una ola del mar que el viento arrastra
y empuja de un lado a otro. Esas personas no deberían esperar nada del Señor;
su lealtad está dividida entre Dios y el mundo, y son inestables en todo lo que
hacen.” (Santiago 1:6-8)
La Palabra de Dios es
muy clara cuando señala que tales personas, las que se dejan arrastrar por la
incredulidad, deben esperar que se produzca un hecho portentoso. Sencillamente
la duda levanta una enorme barrera en su vida espiritual.
5. Confiar en
las promesas de Dios. Si algo tenemos claro es que lo que anuncia nuestro
amado Señor, lo cumple. Sobre ese fundamento, es necesario que aprendamos a
desarrollar confianza en sus promesas. Son como una Escritura firmada en
Notaría. Tienen toda la validez legal para que, posteriormente, hagamos las
reclamaciones. Confiar en las promesas de Dios, he ahí el secreto.
6. Dejar de lado
toda motivación egoísta. Es fundamental que haya sensibilidad espiritual. Si
alguien necesita algo, antes que cerrar los ojos a su realidad, debemos
ayudarle en el proceso de clamar. Acompañarlo en esa labor. El libro de los
proverbios es claro cuando enseña: “Los que tapan sus oídos al clamor del pobre tampoco
recibirán ayuda cuando pasen necesidad.” (Proverbios 21:13)
Concluimos con algunos
fundamentos: Es necesario desarrollar intimidad con Dios en oración. A orar,
aprendemos orando, y si procuramos que lo imposible se haga posible, debemos
perseverar. Ese tiempo de espera nos ayuda a desarrollar la fe.
Le animamos a
permanecer, como hasta hoy, afincados en la fe de que la oración transforma las
circunstancias y es la puerta para que los milagros ocurran.
Escrito por Fernando Alexis
Jiménez
Amén... leer este artículo me hace tener Fe y creer que Dios hace posible lo imposible... Bendiciones
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