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Romanos 8:14-17, 24-26 | Cuando John F. Kennedy era presidente de los Estados
Unidos, los fotógrafos a veces captaban una escena encantadora: sentados
alrededor del escritorio del presidente, en el Despacho Oval, miembros del
gabinete debaten cuestiones que traen consecuencias mundiales.
Mientras
tanto, un niñito de dos años, John-John, pasa gateando alrededor y por debajo
del inmenso escritorio, completamente ajeno al protocolo de la Casa Blanca y a
los críticos asuntos de estado. Él simplemente está visitando a su papá.
Esa clase
de accesibilidad asombrosa es la que comunica la palabra Abba cuando Jesús
dijo: «Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti» (Marcos 14:36). Dios
es el Señor soberano del universo, pero, a través de su Hijo, se hizo tan
accesible como cualquier padre humano que se desvive por sus hijos. En Romanos
8, Pablo profundiza aun más la imagen de intimidad. Declara que el Espíritu de
Dios mora en nuestro interior y que, cuando no sabemos cómo orar, «el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (v. 26).
Jesús vino
a demostrar que un Dios perfecto y santo acepta gustoso los ruegos de una viuda
con dos monedas, de un centurión romano, de un publicano miserable y de un
ladrón en la cruz. Solo tenemos que clamar «Abba» o, si no podemos, simplemente
gemir. Así se ha acercado Dios a nosotros.
La oración es
una conversación íntima con nuestro Dios.
Nuestro Pan
Diario
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