Leer: 2
Corintios 1:3-11
| Cuando a mi hermana Carole le diagnosticaron
cáncer de mama, toda la familia se preocupó. Las cirugías y los tratamientos
nos hicieron temer por su bienestar, lo cual nos llevó a orar por ella. Durante
los meses siguientes, fue sincera al ponernos al tanto de los desafíos, pero
todos nos alegramos cuando llegó el informe de que los tratamientos habían
tenido éxito. ¡Estaba recuperándose!
Menos de un
año más tarde, mi hermana Linda enfrentó la misma lucha. De inmediato, Carole
estuvo a su lado para ayudarla a entender qué esperar y cómo prepararse para lo
que vendría. Su propia experiencia la había equipado para acompañar a Linda en
su prueba.
Esto es lo
que Pablo nos dice que debemos hacer en 2 Corintios 1:3-4: «Bendito sea el Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda
consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que
podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por
medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios».
Gracias al
Señor que Él no desaprovecha nada. Nuestras luchas no solo nos dan la
oportunidad de experimentar su consuelo, sino que también nos abren la puerta
para compartir ese consuelo con otras personas que sufren.
¿Cómo puedo alentar hoy a alguien que sufre?
La presencia de Dios nos
consuela; nuestra presencia
consuela a otros.
NUESTRO PAN DIARIO
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