Escrito por
Fernando Alexis Jiménez | Murió cuando
faltaban dos días para que cumpliera ochenta y siete años. Los nietos tenían
preparada una fiesta en una finca. Torta y música folclórica. Lo que le
gustaba. Su deceso pudo pasar desapercibido, pero no fue así. Ramón Peralta
Arsayús, un curtido campesino de Costa Rica se convirtió en record mundial. ¿La
razón? Cumplió doce años, cuatro meses y seis días, odiando a su padre.
Era un
adolescente cuando el progenitor lo regañó en medio de una reunión. “No debes
intervenir en las conversaciones de los adultos, porque eres un niño”, le riñó
su padre. Como él levantó los hombros, presa de la ira el hombre le golpeó la
cara y lo envió al cuarto.
Ese
incidente jamás se borraría de su mente. “Lo odio”, se repetía una y otra vez.
Los
esfuerzos de su padre resultaron inútiles en procura de que volvieran a tener
un trato amable. La mirada del muchacho siempre estuvo cargada de
resentimiento. Ni siquiera lo perdonó un día en que, embriagado, le pidió
perdón. “Hijo, reconozco que el incidente de aquel día te dolió. Perdóname”. Él
se limitó a sonreír, y no dijo nada. No lo perdonó.
Cuando
agonizaba en una clínica, el padre llamó a Ramón, pero ni siquiera en ese
momento tan emotivo, tomó la decisión. Así se lo compartió a su esposa y a sus
hijos: “No creo que pueda perdonarlo jamás”.
Siempre
insistía que en su lápida colocaran: “Aquí yace alguien que no pudo perdonar”.
Y aunque se negaron a hacerlo, sus familiares comentaron el día del velorio que
anidó el odio hasta el último instante de su vida…
Dios
te perdonó, estás llamado a perdonar
Desde antes
de la creación del mundo, Dios nos amaba. Él es amor y su amor por nosotros no
tiene límites (Jeremías 31:3 a; 1 Juan 4.7; Juan 3:16).
Cuando
comprendemos la grandeza de ese amor, apreciamos en su verdadera dimensión el
hecho de que amar debe ser uno de los distintivos que marque la diferencia
donde quiera que estemos, en lo que pensamos y hacemos: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos
a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. Todo el que odia a
su hermano es un asesino, y ustedes saben que en ningún asesino permanece la
vida eterna.” (1 Juan 3:14, 15. Nueva Versión Internacional)
El amor de
Dios debe ser correspondido. Él nos ama— eso está claro —. Y nosotros debemos
amarnos y amar a quienes están alrededor, con los que interactuamos e incluso,
a quienes nos despiertan animadversión sin haberles tratado.
Las
dimensiones del amor
Era un día
cualquiera, si lunes o martes, nadie lo recuerda, aunque sí lo que ocurrió y
convirtió aquella ocasión en algo extraordinario que pasaría a la historia.
El Señor
Jesucristo se encontraba en Jerusalén. Un grupo de eruditos en las Escrituras,
líderes de los fariseos, lo abordaron con el propósito soterrado de tenderle
una trampa.“— Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? —. “Ama al Señor tu >Dios con todo tu
corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”, — le respondió Jesús —. Este es el
primero y más grande de los mandamientos. El segundo se parece a éste: Ama a tu
prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39, Nueva Versión Internacional).
Sobre la
base de este principio que enseñó Jesús, descubrimos las dos dimensiones del
amor que debe anidar en nuestro corazón, en una relación que se orienta en dos
direcciones: una vertical y la otra horizontal. La vertical, la necesidad de
amar a Dios, lo que a su vez se refleja en armonía y crecimiento espiritual. En
la línea horizontal, encontramos la importancia de perdonarnos y amarnos a
nosotros mismos y a los demás.
Como
recordará, unos párrafos atrás leímos que el apóstol Juan asocia el odio con
una transgresión gravísima: el asesinato.
La
falta de perdón es una atadura
No perdonar
a quien nos ha causado daño, produce inestabilidad en nuestra vida espiritual y
desencadena estancamiento en el proceso de crecimiento personal.
Es una
terrible atadura que aprovecha Satanás para destruirnos. Él sabe aprovechar
esas semillas de odio y resentimiento para ganar terreno; no en vano el Señor
Jesús nos advirtió que el enemigo “…no
viene más que a robar, matar y destruir…” , y añadió el amado Salvador: “…yo he
venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10 a).
Le invito
para que evalúe por un instante qué beneficios arroja a nuestro ser el asumir
una actitud no perdonadora. ¡Ninguna! Por el contrario, nos produce desasosiego
e infelicidad que se prolongan tanto como nos empecinemos en odiar.
¿Quieres
recibir perdón?, entonces perdona
En el Reino
de Dios hay una ley ineludible que existe desde la misma fundación del
universo. Es la ley de la siembra y la cosecha. Recogemos lo que hemos
plantado.
El amado
Maestro la explicó con sencillas palabras, que encuentran un profundo
significado: “No juzguen, y no se les
juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará. Den,
y se les dará: Se les echará en el regazo una medida buena, apretada, sacudida
y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes”
(Lucas 6:37, 38. Nueva Versión Internacional)
Si
perdonamos, recibimos perdón. No solamente de dios sino de quienes nos rodean.
No podemos pretender que los demás perdonen nuestras faltas, si nosotros mismos
no damos perdón.
Recue4rde
siempre que la misericordia triunfa sobre el juicio. La antesala de una buena
reconciliación con Dios es perdonar al prójimo y perdonarnos a nosotros. Nadie
nos obliga a perdonar. Es una decisión personal.
El Señor
Jesús instruyó: “Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará
a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas tampoco
su Padre les perdonará a ustedes las suyas” (Mateo 6:14, 15, Nueva Versión
Internacional). El apóstol Santiago, por su parte, fue más contundente cuando
advirtió: “Hablen y pórtense como
quienes han de ser juzgados por la ley que nos da libertad, porque habrá un
juicio sin compasión para el que actúe sin compasión. ¡La compasión triunfa
sobre el juicio!” (Santiago 2:12, 13. Nueva Versión Internacional).
Si usted
perdona, comienza el proceso de transformación de su mundo interior y del que
le rodea.
No
contamine a otros
La falta de
perdón termina ejerciendo influencia no solo en nuestro corazón que se llena de
amargura, sino en quienes le rodean. Como explicó el que a mi juicio es el
autor de la carta a los hebreos, el apóstol Pablo: “Asegúrense… de que ninguna
raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos…” (Hebreos 12:15,
Nueva Versión Internacional)
Perdonar no
es fácil. No lo fue antes ni lo es ahora. Por esa razón, no es en nuestras
fuerzas en las que debemos procurar perdonar, sino en las fuerzas de Dios. La
Biblia nos enseña que en el Señor Jesús podemos hacerlo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13, Nueva
Versión Internacional).
Tras
reconocer que es en Jesucristo como avanzamos hacia el perdón y por ende la
sanidad interior, de nuestro corazón herido cuando nos han causado daño, es
importante una última recomendación: En adelante, rechace todo pensamiento que
alimente el rencor, y llévelo cautivo a la obediencia a Cristo como enseña ese
libro maravilloso que es la Biblia (2 Corintios 10:5).
Comprobará
que su vida experimentará cambios de significación. Si quiere alcanzar la paz
interior, ¡desarrolle una actitud perdonadora!
Si no ha
recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Recibir
a Cristo es la mejor decisión que podamos tomar.
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