Leer: 2
Tes. 2:13-17
| Mientras leía el mensaje en mi teléfono, empezó a subirme la temperatura
y me hervía la sangre. Estaba a punto de responder con otro mensaje
desagradable, cuando una voz interior me dijo que me calmara y que contestara
al día siguiente.
Después de
dormir bien, el tema que me había molestado tanto parecía una tontería. Había
reaccionado en forma desmedida porque no quería dar prioridad a las necesidades
de otra persona. No estaba dispuesta a incomodarme para ayudar a alguien.
Lamentablemente,
estoy tentada a responder con enojo más a menudo de lo que me gustaría
reconocer. Con frecuencia, tengo que poner en práctica verdades bíblicas
conocidas, tales como «airaos, pero no pequéis» (Efesios 4:26), y «no mirando
cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros»
(Filipenses 2:4).
Menos mal
que Dios nos ha dado su Espíritu, quien nos ayuda en nuestra batalla contra el
pecado. Los apóstoles Pablo y Pedro lo denominaron: «la santificación por el
Espíritu» (2 Tesalonicenses 2:13; 1 Pedro 1:2). Sin su poder, estamos
indefensos y vencidos. Sin embargo, con Él, podemos alcanzar la victoria.
Señor, gracias por estar trabajando en mí. Quiero que cambies mi
corazón; que me ayudes a escuchar y a colaborar contigo.
El crecimiento espiritual del
creyente es un trabajo de toda la vida.
NUESTRO PAN DIARIO
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