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Filipenses 3.8-11 | El apóstol Pablo sabía cómo lidiar con las circunstancias
difíciles. Aunque estaba preso, mantenía su mirada puesta en Cristo, y confiaba
firmemente en el Salvador. Por eso, a pesar de estar en la cárcel, era capaz de
celebrar la obra del Señor en su vida. En realidad, la epístola que escribió
desde la cárcel a los filipenses rebosaba de júbilo y alabanza (1.18; 2.18;
3.1).
Enfocarse
en Cristo no es una reacción natural ni tampoco fácil. Nuestro instinto es
pensar en la situación actual, en la búsqueda de soluciones o afligirnos frente
al dolor y la dificultad. Como resultado, los problemas lucen aterradores y nos
abruman con una sensación de derrota.
Sin
embargo, el miedo y la derrota no pueden vivir por mucho tiempo en un corazón
que confía en el Señor. No estoy diciendo que usted se olvidará de lo que está
pasando, pero sí que puede optar por pensar en la ayuda y el cuidado del Señor.
Él es el Liberador (2 Co 1.10). Él es el Sanador (Jer 17.14). Y Él es el Guía
(Pr 3.6). El creyente que se aferra a las promesas divinas descubre que Dios
hace retroceder las emociones negativas. En vez de éstas, la esperanza, la
confianza y el contentamiento se alojan en la vida del creyente (Fil 4.11).
Nadie siente felicidad por una situación difícil, pero es posible sentir
satisfacción al saber que Dios tiene el control y que sacará algo bueno de la
dificultad.
Los
principios y las promesas del Señor no cambian, no importa qué tan grave o
dolorosa sea la situación. Enfóquese en Cristo en vez de en las circunstancias,
y Dios tranquilizará su corazón y le guiará. Entonces usted estará listo para
“[regocijarse] en el Señor siempre” (Fil 4.4).
FUENTE: EN
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