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Salmo 119.65-72 | Las dificultades que enfrentamos se originan de una de tres
fuentes. Algunas son enviadas por Dios para probar nuestra fe, otras son el
resultado de los ataques de Satanás, y otras se deben a nuestras decisiones
pecaminosas.
Al
considerar estas tres causas, creo que la mayoría de nosotros diría que la más
difícil de soportar es la última, porque no tenemos a nadie a quien culpar sino
a nosotros mismos, y porque nos parece que nada bueno aportarán. Después de
todo, la Biblia dice que cosecharemos lo que hemos sembrado (Gá 6.7), por lo
que no vemos nada por delante, excepto una cosecha dolorosa.
Lo que esta
manera de pensar no toma en cuenta es la capacidad redentora del Señor. Aunque
Él nunca promete eliminar las consecuencias del pecado, sí puede usar nuestros
fracasos para enseñarnos a temerle, aborrecer el mal y caminar en obediencia.
Las lecciones difíciles que aprendemos pueden también convertirse en nuestra
protección contra el pecado en el futuro. Al haber experimentado el dolor
producido por nuestras decisiones, somos más propensos a no tomar el mismo
camino otra vez.
Dios a
menudo utiliza nuestros propios errores como herramientas para captar nuestra
atención. Él no impedirá que sus hijos dejen de ser castigados por su pecado,
porque sabe que éste nos roba bendiciones, oportunidades y también la
oportunidad de mejorar nuestro carácter.
Por más
dolorosa que pueda ser su situación, dé gracias al Padre celestial por amarle y
disciplinarle. Cuando aprendemos de la experiencia, las cicatrices del pecado
pueden llevar a la restauración, y a una nueva y más estrecha relación con
nuestro Señor y Salvador.
Fuente: En
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