No hay luz en el planeta sino la que procede
del sol; y no hay
verdadero amor para Jesús en el corazón sino la que viene del Señor Jesús
mismo. De esta fuente desbordante del amor infinito de Dios, todo nuestro amor
a Dios debe brotar.
Esta verdad es fundamental, que lo amamos por
ninguna otra razón que porque Él nos amó primero. Nuestro amor por Él es el resultado de su amor
por nosotros. Al estudiar las obras de Dios, nadie puede responder con fría
admiración, mas el calor del amor sólo puede ser encendido en el corazón por el
Espíritu de Dios.
¡Qué
maravilla que cualquiera de nosotros, sabiendo cómo somos, deberíamos ser
llevados en amor a Jesús cada vez! ¡Qué maravilloso que cuando nos habíamos
rebelado contra él, él debe, por una exhibición de tal amor increíble, tratar
de atraernos de regreso a Él. Nunca habríamos tenido un grano de amor hacia
Dios a menos que hubiera sido sembrado en nosotros por la semilla dulce de Su
amor por nosotros.
El amor, entonces, tiene por padre el amor de
Dios derramado en el corazón: Pero después de su nacimiento divino, debe ser divinamente nutrido. No
es como una planta, que florecerá naturalmente en el suelo humano – debe ser
regado desde arriba.
El amor por
Jesús es una flor de naturaleza delicada, y si no recibió alimento sino lo que
podría extraerse de la roca de nuestro corazón, pronto se marchitará. Como el
amor viene del cielo, debe alimentarse de pan celestial. No puede existir en el
desierto, a menos que se alimenta de maná de lo alto.
El amor debe alimentarse de amor. El alma y la vida de nuestro amor a
Dios es su amor por nosotros.
Te amo,
Señor, pero sin amor mío,
porque no
hay nada que dar,
te amo,
Señor; pero todo el amor es tuyo,
porque por
tu amor yo vivo.
Soy como nada,
y me regocijo de ser
vaciado,
perdido, y devorado por Ti.
REFLEXIONES
CRISTIANAS
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