Filipenses
2.9–11 | Cuando Jesucristo tiene el primer lugar en nuestra vida,
experimentamos muchas bendiciones, entre ellas:
Un espíritu
reposado. Cuando dirigimos nuestra atención al Señor y meditamos en su Palabra,
hallamos descanso para nuestra alma (Sal 23.2). El Espíritu Santo nos ayuda a
dejar las distracciones para darnos la seguridad del amor y el sostén de
nuestro Padre celestial. Con una mente clara y un corazón reposado podemos
discernir lo que Dios nos dice.
Una fe más
fuerte. El estudio de la Biblia ensancha nuestra visión de Dios y nos da
discernimiento y dirección. El leer la manera como el Señor ha ayudado a otros,
nos da la confianza de que Él está a nuestro lado, permitiéndonos enfrentar las
exigencias de la vida. Nuestra fe crece a medida que obedecemos su dirección y
observamos la manera cómo actúa a favor nuestro.
Un corazón
purificado. Al igual que un espejo, la Biblia nos refleja lo que realmente
somos, y revela lo que necesitamos cambiar. Si confesamos nuestro pecado, Dios
promete limpiarnos de toda maldad (1 Jn 1.9).
Una mente
preparada. No sabemos lo que acontecerá en el futuro, pero Dios sí. Él quiere
prepararnos, tanto para los tiempos felices como para los difíciles. Por medio
del Espíritu Santo, estaremos equipados para lo que nos depare la vida (2 P
1.3).
La vida de
Pablo demuestra lo que significa dar al Señor Jesús el primer lugar (Gá 2.20);
él conoció el gozo en medio de las pruebas, y recibió fuerzas para enfrentar
crisis y dificultades. Nosotros tendremos también estas bendiciones si hacemos
de la relación con el Señor Jesús nuestra prioridad absoluta.
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