sábado, 6 de octubre de 2012

El abre puertas, hasta de un avión


Dios escucha oraciones y abre puertas de una manera espectacular. Confirmé lo que dice su Palabra, de que el hombre propone y Dios dispone.

 Opté por compartir la experiencia con algunos amigos a través de la red social Facebook y comprendí por qué Dios llama a publicar sus grandezas. Muchos lo agradecieron y sé por qué. Muchas veces el desánimo quiere apoderarse de nosotros, pero compartir experiencias reales como estas, por sencillas que sean, fortalecen la fe del que está débil, permiten comprender que al Dios que le servimos es real y responde. No es un mero rito de domingo.
 La pasada semana tuve un viaje de trabajo y por primera vez, debo confesar, logré tener todo listo la noche anterior, sin tener que amanecerme como suele pasarnos a algunos antes de viajar.

Dormí tranquilo y todo en orden. Pero una vez salí a la mañana siguiente de mi hogar, pasé las dos horas más tortuosas en mucho tiempo, en medio de una congestión de tránsito desde mi residencia en Las Piedras hasta San Juan.

Lo que toma una hora de camino se convirtió en 2 horas, y a medida que pasaban los minutos mi ansiedad dentro del auto era insoportable. Llegué al aeropuerto realmente convencido de que ya se había ido el avión, pero aún así caminé hacia el ‘gate’, pasé el punto de cotejo, y me sometí al consabido proceso tedioso de tener que sacar la computadora, quitarse los zapatos, etc.

Todo eso sabiendo que cada vez eran menos las posibilidades de llegar a tiempo a la puerta de abordaje.

Corrí hasta el ‘gate’ sin amarrarme los zapatos ni siquiera. Pero antes, durante el tapón, mi oración había sido pidiéndole al Señor que hiciera algo, lo que fuera, para que no perdiera el avión.

Puede causarle risa a alguien, pero me atreví a pedirle al Señor que el piloto se hubiera retrasado en llegar o algo así, que me permitiera llegar a tiempo.

Cuando llegué al mostrador de la aerolínea frente al ‘gate’, en efecto la empleada de la aerolínea me dijo que hacía par de minutos habían cerrado la puerta. Y no sé si mintió o yo entendí mal, pero mi recuerdo es que me dijo que el avión se había ido.

Ya estaba comenzando a resignarme a esperar las 5:30 horas que faltaban para el próximo vuelo. Incluso la empleada rompió frente a mí el boleto de abordar que llevé, para hacerme uno nuevo para el siguiente vuelo.

Cuando estaba entrando los datos al sistema, escuché que una compañera le dijo que el piloto del avión había llamado pidiendo no sé qué. De inmediato la empleada, que no había terminado de completar mi nuevo boleto, le dijo a la compañera, ‘eso da tiempo de montarlo a él’.

Eso transcurrió en solo fracciones de segundos, y aunque yo estaba escuchando, no quise hacerme de falsas expectativas pensando que hablaban de mí.

Pero sí. Volvió la vista hacia mí y luego me dijo, ‘vete por ahí y ni mires para atrás’. Así que, con otro empleado de la aerolínea caminando frente a mí por el pasillo, vi como al llegar al otro extremo del pasillo empezó a mover de nuevo la rampa hasta conectarla con el avión para poder caminar y entrar a la aeronave.

Mientras veía como extendia la rampa hacia el avión, como haciendo camino, y luego cuando la azafata abrió la puerta del avión, lo que vi fue la mano de Dios trazando ese camino y abriendo esa puerta. Todo para su hijo.

Sonará pedante para algunos, pero nada que ver. Al contrario, lo digo en humildad reconociendo la manera en que Dios trata a sus hijos. Definitivamente Él nos abre puertas, incluyendo la de los aviones.

De esta gran lección aprendí dos cosas: que debemos conservar la compostura en medio de las pruebas, y confiar plenamente en Dios. La confianza se demuestra en que, en lugar de desesperarse y dar un mal paso, nos contenemos y dejamos el problema en manos de Dios, orando o clamando a Él por una solución.

No siempre es fácil, porque la tendencia es querer resolverlo a nuestro modo, en nuestras fuerzas.

Aprendí también, tan pronto como cinco días después, cuando se suponía que fuera mi retorno a Puerto Rico, que nuestra fe será probada y que no siempre la oración será contestada con la respuesta que esperamos.

¿Saben qué? Esta vez perdí mi vuelo de conexión a Puerto Rico, que debía tomar en Filadelfia. Aunque el avión desde Cleveland salió más o menos en el tiempo programado, el vuelo duró más de la cuenta y la aerolínea explicó que la tardanza se debió al mal tiempo.

Ahí estuve de nuevo; siendo mi fe probada. Y aunque esta vez no tuve quizás lo que hubiera querido, como una alternativa rápida para regresar a la Isla esa misma noche, la estadía forzada de un día adicional me permitió adelantar trabajo que aún tenía en agenda.

Otra gran enseñanza que me llevé, como dice la Palabra, es que el hombre propone y Dios dispone. El problema es que trazamos planes y nos empeñamos en que el resultado tiene que ser como nos propusimos, sin dar espacio a contratiempos, demoras, tropiezos o cualquier factor que se presente. Y cuando ocurre, entonces nos frustramos y perdemos de perspectiva todo lo bueno que pueda estasr pasando a nuestro alrededor.

Todavía recuerdo historias de gente que no pudo salir a su trabajo en las Torres Gemelas, el día trágico del 11 de septiembre de 2001.

Pensamos tener el control del mundo en nuestras manos, y se nos olvida que Dios es quien lo tiene. Pero por no comprender esto, es que la frustración y el enojo se apodera de nosotros cuando algo nos sale mal. Entonces tomamos malas decisiones, que a su vez causarán más frustración.

Creo que es hora de que muchos oigan el llamado de Jesús y le hagan caso. De todos modos le conviene al que está afanado, al que vive en estrés y no puede dormir. A ese que necesita pastillas para conciliar el sueño porque las preocupaciones no abandonan su mente.

Ese llamado está en Mateo 11:28 donde Jesús dice: “Ustedes viven siempre angustiados y preocupados. Vengan a mí y yo los haré descansar”.

Y en Lucas 10:39-42 se dibuja una realidad que hoy día se sigue repitiendo, con unos escogiendo la mejor parte, y otros viviendo a la ligera, afanados y preocupados. En otras palabras, sin vida:

“Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras.  Marta, en cambio, andaba atareada con los quehaceres domésticos, por lo que se acercó a Jesús y le dijo:

— Señor, ¿te parece bien que mi hermana me deje sola con todo el trabajo de la casa? Por favor, dile que me ayude.

El Señor le contestó:

— Marta, Marta, andas angustiada y preocupada por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte y nadie se la arrebatará”.

Por Antolín Maldonado

Fuentes: El Nuevo dias 

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