“Guardaos
de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos”
(Mateo 6:1).
Aquella
mañana de sábado yo era el orador invitado. Antes del sermón, un cuarteto vocal
masculino interpretó una música especial.
Armonizaban
magníficamente las voces, al tiempo que la melodía y la letra del himno eran
una genuina expresión de alabanza a Dios.
Cuando
acabó el canto, la congregación prorrumpió en un sonoro aplauso. Aguardé un
momento, tras el cual me dirigí al púlpito, y recordé a la congregación que los
jóvenes no cantaban para nosotros
sino para
el Señor. Entonces sugerí que, en lugar de aplaudir, podríamos decir: “Amén”.
El aplauso
expresa aprobación o elogio de una acción. Disfruté de aquella música tanto
como el que más, pero no creía que el aplauso fuera lo más adecuado. Jesús dijo
que nuestra adoración no tiene que
ser para
aparentar.
A menudo me
invitan a predicar en diferentes iglesias. Es frecuente que, antes del
servicio, el pastor o el primer anciano me pregunten cómo quiero que me
presenten. Mi respuesta suele ser: “Con sencillez, por favor”. La cuestión es
que acudimos a adorar a Dios, no a ensalzarnos unos a otros. La iglesia no es
lugar para ensalzar a nadie más que a nuestro Padre celestial.
Hace un
tiempo, en una gran reunión a la que había asistido, un rico hombre de
negocios entregó a uno de los dirigentes un cheque por un millón de dólares. La
emoción embargaba el ambiente. Me pregunté qué habría dicho Jesús. Recuerdo que
Jesús y sus discípulos estaban en el templo y se encontraron ante una
situación parecida. “Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda,
miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y
vino una viuda pobre y echó dos blancas, o sea, un cuadrante. Entonces,
llamando a sus discípulos, les dijo: ‘De cierto os digo que esta viuda pobre
echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo
que les sobra, pero esta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su
sustento’” (Mar. 12:41 -44).
La
naturaleza humana intenta impresionar a los demás. No viva para impresionar,
sino para glorificar a su Padre celestial.
Fuentes:
Reflexiones Cristianas
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