La cruz en
la que Jesucristo fue clavado revela el odio del hombre y a la vez el amor de
Dios.
En efecto,
cuando estaba en la tierra, Jesús iba de lugar en lugar haciendo el bien. Pero
en vez de reconocer su abnegación en servir a los demás, la gente lo odió y
trató de deshacerse de él.
Fue
condenado y clavado en una cruz entre dos malhechores. ¡No hubo nadie que
denunciara ese horrible acto! Cristo crucificado es la terrible demostración de
lo que los hombres son capaces.
Ante
semejante acto por parte de los hombres, Dios permaneció silencioso, no
exterminó definitivamente a los culpables. Clavado en la cruz, Jesucristo pidió
a Dios que perdonase a los que le habían crucificado: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Mientras
los hombres daban libre curso a su odio, Jesús dio su vida por amor, para
salvar a todos los que se arrepienten y creen en él. Demostró que no había nada
que pudiese alterar su amor por los hombres: aceptó que Dios hiciese caer sobre
él el castigo que merecían nuestros pecados. En la cruz dijo: “Consumado es”
(Juan 19:30). “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).
El corazón
humano no ha mejorado a lo largo de los siglos, pero el amor de Jesús sigue
siendo eficaz e inalterable. ¡Él le ama y desea salvarle! ¡Acepte esa gran
salvación que le ofrece todavía hoy!
Fuente: El Versículo
del Día
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