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Santiago 2.14-18 | El Señor nos llama a compartir su verdad, pero a menudo
nuestras acciones y nuestras actitudes contradicen las palabras que salen de
nuestros labios. Este es un aspecto en el que todos parecemos tener problemas
de vez en cuando. Cada día, cada uno de nosotros comunica algo a alguien.
Enviamos mensajes por lo que decimos y por lo que callamos, por lo que hacemos
y por lo que dejamos de hacer.
Por
ejemplo, si un padre decide calladamente dejar de diezmar de sus ingresos, está
enviando un claro mensaje a sus hijos. Sin abrir la boca, está diciendo:
“Hijos, ustedes no pueden confiar en el Señor en cuanto al dinero. Dios no es
fiel para suplir sus necesidades, así que mejor será que lo conserven lo más
que puedan”. ¿Es ese el mensaje que usted quiere transmitir a sus hijos?
Usted
pudiera decir: “Bueno, en realidad no soy diezmador, pero nunca le diría a mis
hijos que no se puede confiar en Dios en cuanto al dinero”. Pero usted ya ha
enviado un mensaje claro y sonoro. Lo que las personas, especialmente los
hijos, ven en nuestra conducta, habla mucho más alto de lo que en realidad
decimos con nuestros labios.
El apóstol
Pablo sabía qué lecciones importantes comunicamos mediante nuestras acciones.
Por esta razón, procuró ser un modelo de buena conducta y de valores que sus
hijos espirituales imitaran (2 Ts 3.7-9).
El asunto
no es si vamos o no a comunicar un mensaje, sino ¿qué clase de mensaje estamos
comunicando? Examine su vida, y decida siempre compartir con el mundo un
mensaje íntegro.
Fuente: En Contacto
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