Leer:
Romanos 8:14-17
| El otro día,
una amiga me detuvo para darme una noticia emocionante: pasó diez minutos
contándome cómo había dado el primer paso su sobrino de un año. ¡Podía caminar!
Después, pensé en lo raro que le hubiese sonado eso a algún entrometido que
estuviera escuchándonos. Casi todos pueden caminar. ¿Qué tiene de
extraordinario?
Comprendí
que la infancia brinda una especie de singularidad que prácticamente desaparece
después de cierta edad. Pensar en cómo tratamos a los niños amplió mi
perspectiva en cuanto a que Dios haya elegido la imagen de «hijos» para
describir nuestra relación con Él. El Nuevo Testamento afirma que somos hijos
de Dios, con todos los derechos y privilegios de los herederos legales (Romanos
8:16-17). Se nos dice que Jesús, el «unigénito» Hijo de Dios, vino para hacer
posible que fuéramos adoptados como hijos e hijas en su familia.
Me imagino
que Dios observa cada paso tembloroso con que avanzo en mi «andar» espiritual
con el mismo entusiasmo que un padre terrenal mira a su hijo que da el primer
paso.
Cuando los
secretos del universo finalmente se revelen, quizá entendamos que Dios nos ha
concedido estos momentos de singularidad para que descubramos su amor infinito,
del cual nuestras experiencias solo nos ofrecen simples atisbos.
Padre, que mi andar te
produzca deleite.
Hay alguien que te ama.
NUESTRO PAN
DIARIO
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