Seis días
antes de la pascua, vino Jesús a Betania… Y le hicieron allí una cena; Marta
servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces
María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los
pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del
perfume. – Juan 12:1-3.
En esta
ocasión, cuando Jesús fue de visita a Betania, María no se presentó para
escuchar un sermón, aunque el mayor de los predicadores estuviese allí. Su
objetivo tampoco era sentarse a sus pies y escuchar su palabra, aunque para
ella esto era muy importante. No vino para hacerle una petición, como lo había
hecho cuando su hermano estaba enfermo, ni siquiera para compartir un buen rato
entre amigos creyentes. Tampoco buscaba estar en la compañía de Jesús para
descansar y ser alentada después de una semana de trabajo y agitación.
No, en el
mismo momento en que el mundo desencadenaba su odio contra Aquel a quien ella
amaba, María quería derramar sobre la persona cuyo amor cautivaba su corazón el
perfume que había preparado cuidadosamente. En un gesto de adoración, vertió el
perfume sobre los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos.
Así no se
trata solamente de escuchar un sermón, recitar oraciones, cantar himnos,
saludar a los hermanos y relajarnos después de seis días de trabajo. Cuando
vamos al culto los domingos, que nuestra actitud sea la de María, que nuestros
corazones estén llenos de esa adoración que honra a Dios Padre y a su Hijo
Jesucristo.
(Amen, Amen)
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