En una
feria, una pareja joven me abordó. Tenían cierto conocimiento de la Biblia,
pero simpatizaban con un movimiento espiritual que niega la culpabilidad del
hombre ante Dios. En el curso de la conversación, el hombre dirigió su mirada
hacia una gran Biblia que teníamos expuesta y leyó en voz alta: “Cesa, hijo
mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de sabiduría”
(Proverbios 19:27). Un tanto provocante me preguntó: – ¿Qué quiere decir eso?
Tomé
lentamente mi Biblia para citarle algunas palabras de Jesús y mostrarle el
valor de su muerte para el perdón de los pecados, pero me detuvo: – ¡No, no
busque por toda la Biblia; respóndanos mediante la página que tenemos en
frente! Entonces bajé la mirada hacia la Biblia abierta y me encontré con este
versículo: “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi
pecado?” (Proverbios 20:9).
Tranquilamente
le pedí que lo leyese, y lo hizo en voz alta. El joven se quedó paralizado, sin
decir palabra. Luego hizo una señal a la chica, quien continuaba discutiendo, e
inmediatamente se fueron.
La Palabra
de Dios había tocado su conciencia mostrándole su estado ante Dios. ¿Recibiría
el perdón por medio de Jesucristo? Si lo hizo, estará limpio de todo pecado, y
eso eternamente.
La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos… discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. – Hebreos 4:12.
Siendo renacidos… por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. – 1ª Pedro 1:23.
(Amen,
Amen)
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