Una y otra
vez el Salmista pregunta, “¿Por qué está abatida mi alma? Me siento inútil,
desamparado. Hay una inquietud dentro de mí. ¿Por qué Señor? ¿Por qué me siento
tan desamparado en mi aflicción?” (ver Salmo 42:11 y Salmo 43:5). Estas
preguntas hablan por multitudes que han amado y servido a Dios.
Tomemos a
Elías por ejemplo. Lo vemos debajo de un enebro, rogándole a Dios que lo mate.
El está tan abatido, que está a punto de querer que su vida se acabe. También
vemos a al justo de Jeremías abatido y en desesperación. El profeta clama,
“Señor, me has engañado. Me dijiste que profetizara todas estas cosas pero
ninguna de ellas se ha hecho realidad. No he hecho otra cosa que buscarte toda
mi vida. ¿Y así es como me pagas? Ahora nunca más mencionaré tu nombre.”
Cada uno de
estos siervos está bajo un ataque temporal de incredulidad. Pero el Señor
entendió sus condiciones durante esos tiempos de confusión y dudas. Y después
de un periodo, él les indicó cómo salir de eso. En medio de sus aflicciones el
Espíritu Santo encendió la luz para ellos.
Considere
el testimonio de Jeremías: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tu
palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16). “Llegó a
él [Elías] palabra de Jehová” (1 Reyes 19:9). En cierto punto, cada uno de
estos siervos recordó la Palabra de Dios. Y se convirtió en alegría y gozo de
sus vidas, sacándolos del pozo.
La verdad
es que, todo el tiempo que estas personas estaban en apuros, el Señor estaba
sentado, esperando. El escuchó sus clamores, sus angustias. Y después de pasar
cierto tiempo, él les dijo, “Ya has tenido tu tiempo de penas y de dudas. Ahora
yo quiero que confíes en mí. ¿Volverás a mi Palabra? ¿Abrazarás mi promesa? Si
lo haces, mi Palabra te sacará adelante.”
(David
Wilkerson, fallecido)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.