La Biblia
nos dice que el Señor no hace acepción de personas. Y dado que Él no muestra
favoritismos, porque sus promesas nunca cambian de generación en generación,
podemos pedirle que nos muestre las mismas misericordias que le mostró a su
pueblo a lo largo de la historia. El rey Manasés pecó más que cualquier otro
rey antes que él, sin embargo, cuando él se arrepintió, fue restaurado (ver 2
Reyes 21:1-18).
Las
misericordias del Señor son para siempre, y sus ejemplos precedentes de
misericordias pasadas debieran darnos la certeza y la libertad para traerle a
Él nuestras peticiones. Así que, amado santo, cuando usted sienta que ha pecado
demasiado a menudo contra la misericordia del Señor, cuando piense que ya es
demasiado y que Dios ha tirado la toalla respecto a usted, cuando esté
desanimado, derribado por el fracaso o por su conducta poco cristiana, cuando
se pregunte si Dios ya lo “relegó” a una repisa, o que está reteniendo su amor
de usted a causa de sus pecados pasados, si usted verdaderamente tiene un
corazón arrepentido, entonces aprópiese de esta verdad: DIOS NO CAMBIA.
Enlace a
Dios con su Palabra. Escriba cada recuerdo que tenga de lo que Él ha hecho por
usted en el pasado. Luego vaya a la Escritura y encuentre otras instancias de
“misericordias precedentes” para con su pueblo. Traiga esta lista delante del
Señor y hágale recordar: “Dios, tú no puedes negar tu propia Palabra. Tú eres
el mismo ayer, hoy y para siempre”.
Le insto a
que no descuide el hacerlo. A menudo nos apresuramos en hacer nuestras
peticiones en la presencia de Dios, apasionada y celosamente. Pero nos
marchitamos en nuestra vida de oración, por no venir preparados a su trono.
Debemos tener una posición firme cuando venimos a Dios. La verdadera osadía no
comienza con emociones; comienza cuando estamos completamente persuadidos. De
modo que debemos elaborar un caso de antemano, no solamente para presentárselo
a Dios sino para fortalecer nuestra fe misma.
Hoy tenemos
algo en lo cual, los santos del Antiguo Testamento sólo podían soñar. Y me
refiero al Mismo Hijo de Dios, sentado a la diestra del Padre-Juez. Conocemos
al Hijo, porque es nuestro hermano de pacto de sangre, por adopción. Y podemos
reclamar nuestro vínculo sanguíneo con Él, cada vez que estemos de pie frente
al Juez, y ligarlo a sus propios argumentos: “Padre, no tengo nada que darte,
sólo tu propia Palabra. Tú prometiste que yo estaría completo en Cristo, que no
permitirías que caiga, y que Jesús sería mi intercesor. Prometiste abrir tu
oído a mi petición y proveerías para todas mis necesidades. ¡Oh, Señor, ten
misericordia y gracia para conmigo ahora, en mi tiempo de necesidad! Amén.
Creo
firmemente que Dios maravillosamente bendecido cuando nosotros nos acercamos a
su trono con este tipo de osadía, comprometiéndolo con su propia Palabra. Es
como si Él nos dijera: “Finalmente, lo obtuviste, ¡me has bendecido!”.
(David
Wilkerson, fallecido)
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