“Tengo un
problema”, dijo D.J. a un amigo, “me han invitado a dos actos: una conferencia
y una boda, y no sé a cuál ir”.
“Hombre,
qué casualidad”, respondió el otro, “también estoy invitado esta noche a esas
dos mismas cosas, pero yo voy a la boda, porque ahí se bebe y se goza más, lo
otro es muy aburrido”.
“Es
verdad”, contestó D.J., “pero en la conferencia me voy a mezclar con mucha
gente importante”.
Y así fue
como D.J. fue a un acto y su amigo al otro, cada uno movido por una fuerza
diferente. Uno por el deseo de disfrutar, y el otro por el de ser importante.
¿Cuál de las dos invitaciones hubiéramos honrado usted y yo?
Hay mucha
gente que sin darse cuenta ha hecho depender ahora su felicidad de tres reyes:
el darse gusto (Rey Placer), el tener el mando (Rey Poder) y el darse
importancia (Rey Prestigio).
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Contrariamente
a los reyes de los niños, que traían regalos, los tres reyes de los adultos,
-Placer, Poder y Prestigio- producen adicción y dependencia, convirtiendo a sus
seguidores en esclavos.
La prueba
de esto es que hay infinidad de personas cuyas vidas están totalmente regidas
por alguno de ellos.
Por ejemplo, D.J. (el que fue a conferencia) está regido
por la ambición de tener prestigio, y su amigo (el que fue a la fiesta) por la
apetencia de gozar, de darse gusto: el Rey Placer.
¿Cuál de
los tres reyes me mueve más a mí? ¿Alguno de ellos me domina de tal modo que no
puedo ser feliz si no lo tengo?
Pongamos
por ejemplo el tercero. ¿Acaso depende mi felicidad de que los demás me
elogien, aprueben, feliciten o hagan “merecidos reconocimientos”?
Si sólo me
siento feliz de esta forma seré un “prestigiólico o prestigioadicto”, y ese
“rey” ordenará mi vida.
La pregunta de hoy:
¿Fue el
Señor tentado por estos “tres reyes”?
En el
evangelio de hoy, aparece el Señor siendo claramente tentado a rendirse ante
cada uno de ellos, y en ese mismo orden.
Pienso,
hasta con algo de miedo, que si el Señor se hubiera ablandado y hubiera cedido
ante cualquiera de ellos, no existiría hoy para mí la capacidad de amar, ni de
perdonar, ni de encontrar un sentido trascendente a mi vida presente, ni de ser
libre de escoger el único camino que me dará la auténtica felicidad.
Él dijo:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Hoy
entiendo mejor que nunca sus palabras: “¿De qué le sirve a un hombre ganarse el
mundo entero si se pierde a sí mismo?”.
Ciertamente,
¿de qué nos serviría correr como esclavos detrás del placer, del poder o del
prestigio si no tenemos paz ni alegría interior, y acabamos sintiéndonos mal
con nosotros mismos?
Le digo la
verdad: las únicas personas auténticamente felices que conozco son las que han
elegido a Jesucristo como su amigo, su Señor y su Rey.
Luis García Dubus, Santo Domingo; Listín diario
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