De cierto,
de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda
solo; pero si muere, lleva mucho fruto. – Juan 12:24.
Originaria
de Mesopotamia, la cultura del trigo es una de las más antiguas del mundo. Hace
miles de años el trigo crecía en estado salvaje en ciertas regiones del Oriente
Medio. Hoy, el trigo sigue siendo la planta más cultivada del mundo. Ocupa
millones de hectáreas.
En cada
grano de trigo hay un germen de vida en potencia. Ese germen se desarrolla
gracias al contacto con la humedad de la tierra y con el propio tejido
alimenticio (el almidón) que contiene la semilla. Se forman las raíces y una
plántula se dirige hacia la superficie del suelo y brota de ese grano que
desaparece: acaba de nacer una nueva planta de trigo. Si las condiciones son
favorables, podrá producir un centenar de granos.
Jesús hizo
referencia a este fenómeno natural cuando anunció a sus discípulos su inminente
muerte (Juan 12:24). Así como el grano de trigo sólo produce más granos si cae
en la tierra y muere, Jesús sólo podía dar la vida a los que creyeran en él si
pasaba por la muerte. Jesús había venido al mundo para salvar a los pecadores,
porque los amaba. ¡Por eso él, el Hijo de Dios, dejó que lo mataran y lo
sepultaran! Después de tres días, salió vivo de la tumba. ¡Resucitó! Es el
milagro de la vida a través de la muerte. De esto resultará una cosecha de
innumerables almas.
Lector,
¿forma usted parte de los que, habiendo creído en la obra de Cristo en la cruz,
estarán con el Salvador en la gloria?
(Amen,
Amen)
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