“Porque
esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios,
sufre molestias padeciendo injustamente… el cual no hizo pecado, ni se halló
engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente” (1 Pedro 2:19-23).
Pedro
describió la forma en que Jesús manejaba cada situación en la vida. Cuando la gente
lo hería y lo maldecía, Él no contraatacaba ni los amenazaba. Cuando ellos
querían discutir con Él, Él no se involucraba, al contrario, simplemente se
alejaba.
“Pues para
esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (versículo 21). Pedro lo deja claro:
Jesús es nuestro ejemplo de conducta.
El apóstol
Pablo añade: “Si no tengo amor - es decir, el amor de Cristo- nada soy”. De
acuerdo con 1 Corintios 13, el amor significa mostrar bondad a todos sin
excepciones, no tener celos de ninguna forma, no jactarse o promoverse uno
mismo, buscar el beneficio de los demás por encima del tuyo propio, no irritarse
fácilmente, no pensar mal de nadie, no regocijarse cuando alguien cae, aunque
sea un enemigo.
Tanto Pedro
como Pablo dejan bien claro en estos pasajes: "Nuestro mandamiento es que
no debe existir revancha, ni venganza, ni amenazas entre ustedes. Al contrario,
entreguen todas sus inquietudes, temores y amarguras a Cristo”.
Nuestros
corazones pueden responder: “Señor, eso es lo que quiero”. Puede que obtengamos
algunas victorias a nuestro haber y nos empecemos a sentir confiados. Entonces,
de la nada, alguien dice o hace algo que clava una fea, inesperada y ácida
flecha dentro de nosotros, y se nos viene una rápida avalancha de pensamientos
de enojo. Antes de darnos cuenta, estamos lanzando de vuelta flechas venenosas
al que nos molestó.
Nos damos
cuenta de que fallamos, a pesar de que nos esforzamos mucho, orando, buscando a
Dios, aferrándonos a la verdad, y disfrutamos también de muchas victorias. Pero
cuando el enemigo vino como río, fracasamos completamente en nuestro intento de
ser como Jesús.
“Corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1). Simplemente
debes tener paciencia contigo mismo y con tu crecimiento. Después de todo, la
carrera continúa hasta que Jesús regrese. Sí, te tropezarás, trastabillarás y
quedarás sin aliento, pero si fallas, te levantarás y continuarás.
(Blog de
David Wilkerson, fallecido)
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