Leer | JUAN
13.3-16 | Algunos cristianos aún no han entendido que
el verdadero servicio es más que asistir a la iglesia; implica dedicar nuestras
vidas al servicio de los demás. Jesús demostró esto cuando lavó los pies de los
discípulos en el aposento alto durante la Última Cena.
El ejemplo
del Señor nos enseña que la clave es la humildad. A menos que estemos
dispuestos a inclinarnos y a ensuciarnos las manos para servir a los demás, no
habremos entendido cuál es la clave del servicio. Además, un siervo verdadero…
No espera
que le pidan ayuda. Nadie le pidió a Jesús que fuera y lavara los pies de los
discípulos. Así como Él vio e hizo lo que era necesario, un siervo verdadero
está alerta para identificar la necesidad y luego servir como voluntario para
atenderla. Lo hará calladamente sin buscar ningún reconocimiento o recompensa.
Está satisfecho y muy gozoso por el simple hecho de ayudar.
Debe
aprender a recibir y también a dar. Esto es, por lo general, muy difícil para
un siervo. Jesús dijo a sus discípulos que si no le permitían que les lavara
los pies, no tendrían parte con Él. Pedro se había negado rotundamente porque
era demasiado orgulloso para recibir tal atención (v. 8). No debemos estar tan
atados a los convencionalismos o al orgullo, que digamos no a alguien que, por
amor, desee “lavar nuestros pies”.
Como
seguidores de Jesús, debemos verlo a Él como nuestro ejemplo de siervo. Si Dios
mismo tomó “la naturaleza de siervo” (Fil 2.6, 7 NVI) para hacer una tarea tan
humilde para sus discípulos, ¿qué excusa podemos presentar nosotros para no
servir a los demás?
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