Me encontraba sentado en el balcón de un inmenso
centro de convenciones, rodeado de 12.000 otros líderes cristianos,
cuando el orador hizo una sencilla pregunta que me tomó desprevenido.
Era una que había escuchado antes, pero en la que no había pensado por
algún tiempo: "¿Se entristece tu corazón por las cosas que le
entristecen el corazón a Dios?"
Me sentí abrumado por una tremenda sensación de condena, y escuché la
voz apacible y delicada del Espíritu Santo diciéndome: Mark, ¿qué pasó
con el chico que solía caminar de un lado a otro por la capilla de la
universidad buscando mi rostro?
Pocas cosas son más dolorosas que sentir el veredicto de culpabilidad
del Espíritu Santo. Es porque Dios nos ama tan profundamente que nos
quebranta donde hay que hacerlo. Pero uno no puede escuchar sólo la
mitad de lo que Él quiere decirnos. Si uno ignora su voz de condena,
también perderá su voz reconfortante y guiadora. Así que me senté y opté
por escucharlo. El Señor trajo a mi mente recuerdos del amor que tuve
una vez para Él, y me reveló lo endurecido que se había vuelto mi
corazón en mis años de mayor "madureza" espiritual. Y eso me destrozó el
corazón.
Pero no fui el único a quien Dios estaba hablando; todos los líderes
de la iglesia confesaron después que habían sentido el veredicto
condenatorio por lo mismo. Por tanto, en vez de salir corriendo para
almorzar, pasamos un tiempo juntos, llorando, confesando y orando. Creo
que fuimos los últimos en salir del auditorio.
Recordar las primeras cosas
Me encontré pocos días después listo para predicar en la capilla de la
universidad en la que estudié. Así que subí a ese viejo balcón donde,
décadas antes, había pasado cientos de horas buscando al Señor. Fue
durante esos sagrados momentos de oración que mi corazón se entristeció
por primera vez por las cosas que le entristecen el corazón a Dios, y Él
comenzó a moldear mi alma con su pasión. Fue allí donde Él comenzó a
sustituir mis ideas por las suyas, dándome una visión del tamaño de Dios
para mi vida y su reino.
Cuando comencé a caminar de un lado a otro y a orar como lo había
hecho en mis primeros años, me di cuenta de pronto que, en muchos
aspectos, me había convertido prácticamente en un cristiano profesional.
Mi corazón no latía con tanta fuerza como antes, y mi pulso no se
aceleraba en la presencia de Dios como solía hacerlo. Pero algo
portentoso estaba sucediendo: el Señor me estaba llevando de vuelta a un
momento fundamental. Me recordó tiernamente que el joven universitario
con un corazón enorme para Él seguía estando allí, en algún lugar dentro
de mí. Comprendí que, si quería recuperar lo que una vez tuve, tendría
que volver de nuevo a la zona cero: al pie de la cruz. Necesitaba hacer
las cosas que había hecho primero, como practicar las disciplinas
espirituales. Y, sobre todo, tendría que consagrarme a redescubrir lo
que Cristo dijo que era lo más importante: amarlo a Él con todo mi
corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas (Mr
12.30).
En Apocalipsis 2.3-5 (NVI), Dios alaba a la iglesia en Éfeso por su paciencia y su arduo trabajo
para Él. Pero también le hace una acusación: "Sin embargo, tengo en tu
contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de dónde has caído!
Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio". Es
su llamado a los efesios para que vuelvan a lo esencial. Y si usted ha
perdido parte de su pasión, el llamado de Dios es el mismo: recuerda y
arrepiéntete. Estas dos cosas están interconectadas; recordar es parte
del arrepentimiento. A veces el camino hacia delante es hacia atrás.
¿Existió alguna capilla en su pasado? ¿Un lugar donde se encontraban
usted y Dios? ¿Un lugar en el que tuvo una epifanía de su amor
insondable por usted? Quizás fue una predicación o un libro que se
convirtió en mucho más que palabras, o una experiencia cuando el
Espíritu Santo dio nacimiento a algo nuevo en su espíritu. Tal vez fue
un viaje misionero o un retiro en el que prometió que no volvería a ser
la misma persona. O quizás fue un sueño sobrenatural, o una decisión que
tomó en un altar. Parte del arrepentimiento es volver a ese momento
particular para que el Señor pueda renovar el primer amor que una vez
tuvimos para Él.
Volver atrás para seguir adelante
Cada vez que me he desorientado espiritualmente, he tratado de volver
sobre mis pasos. Eso es básicamente lo que hacemos cada vez que
participamos en la Cena del Señor: una peregrinación de regreso a la
cruz. Volver a ese momento fundamental nos ayuda a seguir adelante. Por
tanto, le animo a volver atrás. Regrese a ese momento en el que Dios
abrió sus ojos y llenó su corazón de compasión por los demás. Vuelva a
ese momento en el que la gloria de Dios inundó su alma dejándole mudo de
admiración. Retorne a ese momento en que un sueño que recibió de Dios
le provocó una oleada de fervor sobrenatural para seguirle dondequiera
que Él quisiera guiarle.
Me pregunto si alguna vez Abraham regresó al monte Moriah, donde el
Señor lo probó y le devolvió después a su hijo Isaac, proveyendo en su
lugar un carnero trabado en un zarzal. Quién sabe, tal vez, si incluso
conservó un cuerno para recordar la gracia de Dios. ¿Acampó Jacob a la
intemperie otra vez en Betel? ¿Pudo Pedro haber remado hacia el lugar
del Mar de Galilea donde una vez caminó sobre las aguas? Apuesto a que
Zaqueo permitió que sus nietos subieran al sicómoro desde donde tuvo el
primer atisbo del Señor Jesús. ¿Cuántas veces viajó Pablo al camino de
Damasco, para detenerse en el sitio donde fue derribado de su caballo? Y
si usted fuera Lázaro, ¿no habría hecho una caminata anual a la tumba
donde estuvo sepultado durante cuatro días? ¿No habría puesto, tal vez,
unas flores recién cortadas cerca de la entrada?
La razón principal por la que nuestra fe disminuye, es porque
olvidamos la fidelidad de Dios. Es quizás por eso que la palabra
"recordar" se repite cientos de veces en la Biblia. Tenemos la tendencia
a recordar lo que debemos olvidar, y a olvidar lo que debemos recordar.
Es por ello que Dios decía tan a menudo que construyeran altares o
crearan monumentos conmemorativos. Tengo una fotografía colgada detrás
del escritorio de mi oficina. Durante una caminata de oración por un
apacentadero de vacas en Alexandria, Minnesota, cuando tenía 19 años de
edad, recibí el llamado al ministerio. Ese apacentadero es mi zarza
ardiente. Por eso, hace algunos años volví a ese lugar y contraté a un
fotógrafo para que fuera conmigo. ¿Por qué razón? Porque no puedo
permitirme olvidar ese lugar. Hay días cuando necesito voltearme, mirar
esa foto, y recordar por qué hago lo que estoy haciendo. Pero no solo
necesito recordarlo. A menudo necesito arrepentirme. Entonces tengo que
hacer lo que hice al principio.
¿Hay algún lugar al que usted necesita regresar? ¿Una práctica
espiritual que necesita resucitar? Nada nos impulsa hacia el destino que
Dios ha creado para nosotros, como recordar y arrepentirnos —y
enamorarnos de nuestro Primer Amor otra vez. Vuelva a hacer lo que hizo
al comienzo, y su vida nunca volverá a ser la misma.
Por Mark Batterson
Fuentes: En Contacto |
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