El barbero
tenía una expresión entre sorprendido y alarmado cuando me dijo: “Oiga,
licenciado, esa sí es una pregunta difícil...! ¿Qué quiere usted que yo le
responda...?” “Es cierto”, le dije, “pero yo sólo quiero que tú me digas tu
respuesta personal nada más.” Mi pobre amigo no podía salir de su confusión.
Dar una respuesta directa a aquella interrogante era para él algo
verdaderamente intrincado y espinoso.
Espero que
a usted no le cause tanta mortificación la dichosa pregunta porque también a
usted deseo hacérsela hoy. Aquí va: ¿Quién es Jesucristo para usted? Antes de
responder, quizás le gustaría saber la respuesta que han dado algunas otras
personas.
Por ejemplo
mi amigo el médico.
Para él
Jesucristo fue “un gran hombre”.
Y, añadió:
“El es un personaje de la talla de Zoroastro, Confucio, Lao Tse y Buda. Sin
duda, un individuo extraordinario”.
Para él
Jesucristo es un personaje histórico, y nada más. Nació, vivió y murió. Por
tanto, no está aquí.
Está
muerto. ¿Podría esta respuesta parecerse a la suya…? Pero volvamos al barbero.
En su respuesta hubo un paso más que en la del médico. Para él, Jesucristo
nació, vivió, murió y resucitó.
“Entonces,
tú crees que Él está vivo”, le dije.
“Sí,
claro”, me contestó.
“Bueno,
pues si está vivo, ¿dónde está...?” “El está en el cielo”, respondió, “y algún
día volverá”.
Pienso que
su respuesta mejoró grandemente la del médico, pero al fin y al cabo, también
para el barbero, Jesucristo no está aquí. Está ausente.
¿Y para usted?
¿Quién es? ¿Está vivo, o muerto? ¿Está ausente, o presente? El mismo Señor se
la hace a sus discípulos, según aparece en el evangelio de hoy.
Pedro
respondió: “Tú eres el Mesías. El Hijo de Dios”.
Pedro lo
estaba viendo, lo conocía, lo trataba, era su amigo. Para él el Señor estaba
vivo y estaba allí presente. Pero ahora, porque recibió esa revelación, supo
que aquel amigo suyo era el Hijo de Dios.
Usted y yo
tenemos que recibir la misma revelación de Pedro, pero al revés.
Pedro
primero sabía que Jesucristo era su amigo, y luego lo descubrió como el Mesías.
Nosotros ya
sabemos que Jesucristo es el Mesías; ahora nos falta descubrirlo como amigo.
Nos hace
falta lo que a Pedro le sobraba: encontrarlo, conocerlo, tratarlo, ser su
amigo.
Con razón ha
dicho Juan Pablo II: “Descubrir a Cristo, y cada vez mejor, es la aventura más
maravillosa de nuestra vida”.
Tenemos,
entonces, tres caminos: la fe del médico, que rinde tributo histórico, la fe
del barbero, que rinde tributo de adoración distante a un Dios ausente y la fe
del discípulo, que está en proceso continuo de descubrir y aceptar su íntima
amistad.
¿Por cuál
de estos caminos transita usted en su vida?
La pregunta de hoy
¿Cómo se
logra una amistad íntima con Jesucristo? Igual que con cualquier otro amigo:
juntándose con Él.
Y con el
Señor sucede que mientras más lo trata uno, más lo conoce, y mientras más lo
conoce, más desea su compañía y su amistad.
Para
conocerlo mejor: los evangelios.
Y para
juntarse con Él: la conversación íntima y, desde luego, los sacramentos.
Él está
siempre disponible. Sólo falta que esté disponible... yo.
Por Luis
García Dubus , Santo Domingo
Fuentes: Listín
Diario
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