El
significado original de la misma es inequívoco, girando sobre el concepto de
vergüenza.
Como toda
buena madre que se precie, la lengua latina ha venido suministrando a lo largo
de los siglos un incesante caudal de palabras a su hija, la lengua castellana.
Es natural que así sea, pues ésta le debe a aquélla su misma existencia, al ser
un brote directo suyo.
Una de las palabras que del latín pasó al
castellano sin ningún tipo de modificación fue 'pudor', que hizo su aparición
allá por 1607 . Ignoro qué autor español fue el primero en hacer uso del
vocablo, pero es evidente que esa fecha
cae de lleno en la etapa más gloriosa de las letras españolas, el Siglo de Oro,
y a la vez se inscribe dentro del periodo en el que la decadencia de España ya
estaba en marcha . Una decadencia cuyos síntomas más evidentes eran económicos,
militares, institucionales y políticos, pero cuya raíz era moral y espiritual,
tal como esos mismos escritores del Siglo de Oro supieron percibir y describir.
Comenzando por la corona, pasando por las
clases elevadas y llegando hasta las más inferiores, la descomposición era
generalizada en la sociedad española, algo que se parece mucho, más de lo que
sería deseable, a lo que actualmente está sucediendo.
Pues bien,
en ese escenario es donde se toma prestado del latín la palabra pudor para
incorporarla al vocabulario castellano.
El significado original de la misma es inequívoco, girando sobre el
concepto de vergüenza. Tal vez el hecho de tener que recurrir al latín para
incorporar ese vocablo fuera reflejo de que la falta de vergüenza, es decir la
desvergüenza, ya comenzaba a ser hegemónica en todos los estratos de la vida
nacional .
Es posible
que la búsqueda de una nueva palabra para acuñar una noción ya conocida, aunque
gastada, fuera un intento, si bien vano, de conjurar el mal que la pérdida de
vergüenza estaba produciendo en todos los niveles. Sea como fuere, el término
pudor llegó a formar parte del acervo lingüístico de la lengua española.
El pudor, esto es la vergüenza, quedó asociado
estrechamente con el sentimiento preventivo que nos puede librar de caer en lo
deshonroso e infame . Es, pues, un término que tiene una connotación
protectora, anticipándose y evitando el descalabro que viene a consecuencia de
lo que es deshonesto.
Las esferas en las que el pudor tiene
aplicación son múltiples, yendo desde el plano personal hasta el colectivo ,
desde el campo de lo económico hasta el de la sexualidad, pasando por cualquier
transacción, del tipo que sea, realizada con el prójimo. Se trata, en
definitiva, de una noción vital para la existencia y funcionamiento de una
sociedad sana y vigorosa.
Pero he
aquí que en la segunda mitad del siglo
XX la palabra pudor comenzó a ser considerada sinónimo de mojigatería y
gazmoñería , especialmente en lo referente al terreno de la sexualidad.
Los
promotores de esta idea, ayudados por una psicología y una antropología que
reducían al ser humano al nivel de los animales, lograron pervertir el vital
significado del término hasta convertirlo en una caricatura irrisoria de sí
mismo. Solamente mentes estrechas y retrógradas podían todavía seguir
sustentándolo y defendiéndolo.
Y de esta manera, lo vergonzoso fue elevado a
la cumbre de lo sublime, siendo además denominado progresista . Por obra de esa
propaganda el pudor quedó asociado a épocas oscurantistas, de las que ahora nos
estábamos liberando por fin. ¿Quién se atrevería a defenderlo? ¿Quién osaría
romper una lanza en su favor, teniendo en cuenta el ostracismo y la ignominia
que sufriría quien lo hiciera?
Pero ¡ay!
toda nuestra sabiduría para destruir por completo la original noción de pudor
se volvió contra nosotros. Porque alguien pensó, ¿por qué solamente en el
terreno de la sexualidad lo pudoroso va a ser pacato y miserable? ¿Por qué no aplicar la misma regla de tres a
otros aspectos de la actividad humana? Por ejemplo, al campo económico .
Si hemos
perdido la vergüenza en la esfera de la sexualidad ¿por qué no podemos perderla
también en los negocios? Y de esta
manera se puso en marcha un proceso de degradación y corrupción, presidido por
el engaño, que hasta el día de hoy sigue vigente .
¿Por qué el
fontanero no va a poder cobrar por una tarea en la que invierte cinco minutos
de tiempo una cantidad de dinero que, con algo de vergüenza, sería imposible
pedir? ¿Por qué el vendedor de viviendas no va a poder subir el precio de las
mismas hasta límites insospechados, aun a sabiendas de que su precio no es
real? ¿Y por qué una nación no va a poder falsear sus cuentas para tener acceso
al euro? Si ya destruimos el pudor en lo referente a la sexualidad, es normal
que lo destruyamos también en lo referente a la economía. Porque ¿quién se
atreverá a llamarnos la atención por ser inmorales o a recriminarnos por ser
incoherentes? Si perdimos la vergüenza en una cosa, es factible perderla en
todas las demás. Es más, la coherencia consiste en que si somos sinvergüenzas
en un aspecto debemos serlo en todos.
Nos ha sucedido lo que desde hace algunos
miles de años está escrito en la Biblia: "Que [Dios] prende a los sabios
en la astucia de ellos." [i] Es la
consecuencia de jugar con palabras serias, hasta pervertirlas, para que digan
lo que nosotros queremos que digan. Por eso es vital que recuperemos el
significado original de la palabra pudor. Aunque me temo que se trata de una
tarea que está más allá de nuestra voluntad y capacidad.
Autores:
Wenceslao Calvo
©Protestante
Digital 2012
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