Tus amigos acaban de sugerir
una idea para el fin de semana. Y tú, con el mayor tacto posible, has dicho que
no vas a participar. Te están mirando boquiabiertos –y, en ese segundo
equivalente a ocho siglos, miras hacia el techo y te preparas para la retahíla–:
“Por una vez que lo hagas, no te vas a morir”. “Sólo estaremos un rato.
Volveremos a una hora prudente.” “¿Qué más da? Es algo insignificante.”
“Además, ¿quién se va a enterar?”
Y, por un
lado, sabes que tienen razón. No te vas a morir. No es una decisión de
proporciones enormes. Sólo es una vez. Se enteraría poca gente y no sería para
tanto.
Nadie es
inmune a la presión de ceder en sus principios: ¿Has distorsionado la verdad
alguna vez para quedar bien? ¿Tienes grabada en la mente alguna escena de una
película que realmente no tenías que haber visto? ¿Has cedido ante la presión
de tus amigos y has ido a algún lugar cuyo ambiente no glorifica a Cristo? ¿Te
has involucrado físicamente con tu novio o novia, pasándote de la raya “un
poco”?
Solemos ceder
por una razón principal: Nos importa más el concepto que tiene la gente de
nosotros que el concepto que tiene Dios. A ninguno nos gusta sentirnos
excluidos.
Como no nos
gusta admitir el temor central detrás de nuestras concesiones, sacamos unos
disfraces del armario, dependiendo de la ocasión:
Capa roja
de Súper Evangelista: Si digo que no, voy a parecer un bicho raro y no podré
dar testimonio. Al entrar en su ambiente, se fiarán más de mí.
Bata blanca
de laboratorio: Tengo que leer este libro un tanto cuestionable porque necesito
saber cómo piensa un no creyente para poder evangelizar mejor.
Traje gris: Ésta es una zona gris. La Biblia no dice nada
directamente en contra, así que no pasa nada si lo hago.
Gorrito de carnaval: Como cristiano, ¡soy libre! Debo
demostrar que no soy legalista. Además, no es pecado divertirse.
Armadura de hojalata: El Espíritu Santo me protege y, por
lo tanto, no me afecta esta concesión para nada.
Y con
nuestros disfraces, vamos a la moda, según el ambiente que nos rodee.
Dios, sin
embargo, tiene su propia moda. Él no quiere que bajemos el listón. ¿Podría ser
que desde su punto de vista nuestras pequeñas concesiones son más grandes de lo
que pensamos? La espada de su Palabra, de hecho, hace trizas el vestuario que
acabamos de describir:
Capa roja de Súper Evangelista: La premisa detrás de este disfraz
es que el mejor testimonio es el del camaleón: Si soy como ellos, me
escucharán.
Mientras
que debemos evitar ser “bichos raros” por un comportamiento verdaderamente
extraño, tenemos que abrir los ojos ante una gran verdad: Ser cristiano casi
siempre significa ser el bicho raro ante los ojos del mundo. Ser un cristiano
caliente entre cristianos tibios también significa lo mismo: “Y también todos
los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2Ti
3:12). ¿Qué les llama más la atención a
nuestros amigos, alguien que se comporta y piensa igual, o alguien que les saca
de sus casillas?
Bata blanca de laboratorio: Cedemos con la excusa que para
combatir el mal hay que estar familiarizados con el mal. Se utiliza a menudo
para justificar ciertas películas, libros o revistas. Pero no debemos
engañarnos. La Biblia dice: “Absteneos de toda especie de mal” (1Ts 5:22) y
“quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Ro. 16:19b).
Traje gris: Elegimos este disfraz para defender una
concesión que no es “moralmente mala”. Es decir, no hay ningún versículo de la
Biblia que lo prohíba específicamente; es cuestión de gustos o del nivel de
sensibilidad de la persona. La pregunta clave, sin embargo, no es, “¿es esto
algo malo?”, sino “¿es esto lo mejor?”. A través de las Escrituras, Dios
enfatiza que quiere darnos lo mejor siempre. Si Cristo es luz, ¿por qué
buscamos diversión en zonas grises?
Gorrito de carnaval: Este disfraz lo llevamos cuando
queremos divertirnos y no dar apariencia de “legalista” –porque sólo una
persona rígida se alarmaría ante una pequeña concesión.
Hay alguien
que se encarga de propagar la idea de que seguir los deseos de Dios a rajatabla
es esclavitud. Es el príncipe de este mundo, Satanás. Cuando una mujer es fiel a su prometido, sin
coquetear con otros hombres, nunca pensamos en llamarla legalista. Y ella,
enamorada, no piensa en la “carga” que supone ser fiel.
Armadura de hojalata: Razonamos que las concesiones no
son para tanto y no nos afectan. Y si acaso hubiera algo que nos pudiera
afectar, el Señor nos protegería.
Las
concesiones, sin embargo, sí que nos afectan.
Debilita nuestro carácter. Insensibiliza nuestra conciencia. Limita
nuestras posibilidades de servicio a Dios, quien ha declarado que debemos ser
fieles en lo poco para poder pasar a un mayor grado de responsabilidad (Mt
25:21).
¿Tienes
alguno de estos modelos guardado en el armario? Pues, ya es hora de tirarlo: Si
dejas de ceder ante la presión, no necesitarás disfrazarte. Viste a la moda de
Dios y no bajes el listón ni lo más mínimo.
Fuentes:
Con Poder
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