¿Ha oído
usted a un hombre sollozando por teléfono? Es impresionante. Yo estaba
conmovido escuchando al Dr. L.N., quien, a través de su llanto, tenía una sola
pregunta: “¿Qué hago Luis...?”.
Su hijo
mayor se había ido de la casa, diciendo que él no era ya un niño para que
estuvieran “controlando todos sus actos”. Que él era un hombre ya, y no podía
seguir viviendo “bajo el yugo de normas anticuadas”.
Entretanto,
a pesar de que no podían tolerar el comportamiento inadecuado del joven, L.N. y
su esposa estaban llorando su partida. “¿Qué hago, Luis?”, me repetía,
angustiado, L.N.
Me vino a
la mente la parábola del hijo pródigo. Aquel hijo había hecho algo parecido.
Había abandonado a su papá y a su hermano para vivir su vida como le diera la
gana. Para derrochar (es lo que significa “pródigo”) libremente, sin control,
sin vigilancia, sin normas que cumplir.
Pero aquel
hijo un día sintió necesidad, recapacitó y volvió. ¿Podría el hijo de L.N.
hacer lo mismo...? ¿Qué haría falta...?
Por suerte,
él conocía esta parábola, así que pude hacer referencia a ella para hacerle una
pregunta.
-“¿Tú crees
que, a pesar de haberse ido de su casa, el hijo de la parábola SABÍA que su
papá lo seguía amando?”.
-“Sí -me
dijo-. Creo que sí, porque si no, él no se hubiera atrevido a volver..”. -“Pues
lo único que me atrevo a sugerirte -le contesté- es que hables con tu hijo y le
aclares que, si bien rechazas lo que él hace, no lo rechazas a él, que a él lo
quieres con todo el corazón, y que lloras por su ausencia...”.
La próxima
vez que L.N. me llamó estaba emocionadísimo. Pero esta vez su sentimiento no
era de congoja, sino de una enorme alegría.
-”¡Mi hijo
volvió...! Aquí estamos todos abrazados! ¡Bendito sea Dios!”. Estas fueron sus
expresiones en esa ocasión.
La verdad
es que es notable la actualidad de la palabra de Dios. Tanto en el caso de la
parábola como en éste, un conflicto familiar se resolvió con amor. Lo
que curó las heridas fue el amor.
Un amor
como el de Dios, que no es posesión, sino donación; que no es intercambio, sino
regalo.
Un amor que
no exige respuesta, ni siquiera agradecimiento, y por eso no es capaz de
decepcionarse ni desencantarse...
¿Seremos
capaces usted y yo de dejarnos amar por Dios sin merecerlo?
El hijo se
deja abrazar por su padre, y ahí mismo queda totalmente restablecido. La
cuaresma sirve para dejarnos abrazar por Dios.
LA PREGUNTA DE HOY
¿NO HAY QUE GANARSE NI MERECERSE EL AMOR DE
DIOS?
Así es. El
amor de Dios no es un pago, es un regalo. Él no exige condiciones para amarlo.
Lo ama porque usted es su hijo y punto. Y, además de incondicional, es GRATIS,
porque tampoco exige compensación. Este es el Diosñamor revelado por su único
hijo Jesucristo. A él podemos abrirle el
corazón para permitirle que nos sane y regale una vida mejor, diferente, nueva.
El asunto
no es lograr amar a Dios, sino dejarme amor por Él. Lo que hago no es encontrar
a Dios, sino dejarme encontrar por Él. No
es abrazarlo, es dejarme abrazar.
Luis García Dubus, Santo
Domingo
Fuentes: Listín
diario
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