Todos
conocemos, aunque sea a grandes rasgos, el famoso cuento escrito por el
dinamarqués Hans Christian Andersen en 1843. Un huevo de cisne que por esos
intrincados caminos de la vida, va a parar por error a una granja de patos. Cuando
todos los huevitos eclosionan, las diferencias no tardan en aparecer.
Obviamente el cisne parece ser más feo, torpe, grande y desproporcionado en
comparación con sus “hermanitos” los patitos. Y es que evidentemente es un ser
distinto.
El rechazo,
el aparteid, la indiferencia del resto del grupo se hacen más y más crudos y
vehementes, inclusive su propia “mamá pata” lo vapulea por ser como es. Triste,
apartado, solitario, logra verse en el espejo de agua de un estanque y su
figura distorsionada por el movimiento del agua le hace sentir un ser realmente
feo y abominable. Una mamá cisne, pasa por allí en ese momento, reconoce en él
a la bellísima ave que será algún día cuando crezca, y lo adopta en su familia
con amor y ternura de madre. Es así como el “patito feo” se va con su nueva
familia alegre y feliz ante el asombro de los patos, que antes le prodigaron
todo tipo de desprecios y ahora vienen a ser la parte fea de la historia.
Los
primeros destinatarios del cuento fueron los niños, con la intención de
proporcionarles un mensaje que les ayudara con su autoestima y a resolver sus
diferencias, pero es triste decir que hoy es una penosa realidad tanto en los
niños como entre los adultos de hoy y aún dentro de ciertos grupos y
comunidades denominadas “cristianas”.
Debo
confesar que en el transcurso de muchos años, me ha tocado estar en ambos lados
de la calle. Digo: tanto haber sido parte de “los normales” como ser el “patito
feo” del grupo. En ciertos grupos y comunidades, ser diferente, algo mayor que
la mayoría del resto del grupo; no poseer lo que en los estándares “comúnmente
aceptados” sería un buen parecido; ello unido a pensar distinto, tener códigos
y escalas de valores no incorrectas, pero a todas luces divergentes del resto,
me fue llevando a ser el “patito feo” del grupo. Y con ello pude experimentar
el rechazo, el aparteid, las actitudes descalificantes y desvalorizantes, la
exaltación de los desaciertos en desmedro de las virtudes y los logros.
Finalmente, uno comienza a creer que es realmente “el feo del grupo” y que no
tiene más posibilidades de nada.
Sin
embargo, Dios siempre estuvo poniendo a mi lado “mamás cisne” para hacerme
notar a quién realmente pertenezco; los aspectos buenos y positivos de mi vida,
que no todo es torpeza ni desacierto en ella; que aún tengo mucho de bueno para
dar y que finalmente, siendo como soy, tomado de la mano de Dios es justamente
como puedo ser de bendición para los demás.
Patos y
cisnes son generalmente torpes en tierra, pero hábiles nadadores en el agua. Dios:
eres el viento que me empuja hacia tus cálidas y mansas aguas…
Porque
somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:10 RV60)
Autor: Luis
Caccia Guerra
Escrito
para devocional diario
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