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ROMANOS 6.17-22 | El Señor tiene un plan grandioso para la vida
de cada persona, que puede resumirse en una sola palabra: santificación. Si usted
se está rascando la cabeza pensando en lo que significa ese término, no es el
único. Muchas personas, incluso algunos cristianos, no conocen su definición.
Sin embargo, los creyentes deben procurar adquirir ese conocimiento, porque es
una palabra importante que los define a ellos.
En su forma
verbal —santificar— la palabra quiere decir “hacer santo” o “separar”. Por
tanto, cuando algo es santificado, es separado del uso común a uno sagrado. En
el Antiguo Testamento, se nos dice que el Señor santificó algunas cosas: hizo
santo el día séptimo, apartó a la tribu de los levitas como sacerdotes, e
incluso consagró lugares como el Lugar Santísimo en el tabernáculo (Gn 2.3; Nm
3).
El Señor
sigue santificando a las personas hoy. Antes de que alguien reciba la salvación,
está muerto espiritualmente (Ef 2.1-3). Además, Romanos 5.10 nos dice que antes
de llegar a la fe, somos, en realidad, enemigos de Dios. Pero en el momento que
alguien pone su fe en Jesús como su Salvador personal, sus pecados son borrados
y es adoptado en la familia del Señor. Esa persona es luego apartada como un
hijo de Dios para un propósito sagrado. Esto significa que los creyentes no
estamos aquí simplemente para buscar su beneficio personal. Más bien, estamos
para servir a Dios y glorificarlo.
Como
miembros de la familia de Dios estamos llamados a reflejar su gloria, a los
creyentes se les conoce como “santos”. Esta palabra tiene la misma raíz de
santificación. Se nos conoce de esta manera, no porque vivimos vidas
intachables, sino porque vivimos una vida consecuente con Aquel a quien
representamos.
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