Muchas
veces nos sentimos tristes, agobiados, deprimidos, angustiados. Experimentamos
sentimientos que se contradicen totalmente con lo que en realidad deberíamos
estar sintiendo como hijos de Dios, habitados por la Santísima Trinidad.
¿Por qué
sucede esto? En primer lugar debemos situarnos en la gran y privilegiada verdad
que es la Inhabitación Trinitaria en el corazón del ser humano. Nadie más que
el ser humano tiene este privilegio y solo el ser humano es quien puede
disfrutarlo. Sin embargo es una verdad dejada de lado o, incluso, y más grave,
desconocida.
Esta verdad
es tan grande como Dios mismo. Y mucho más, Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu
Santo visitando el corazón, el interior del ser humano. La presencia de Dios en
nosotros, la Gracia Santificante, Dios en su infinita bondad y con toda su
divinidad habitando en sus hijos.
El cielo es
el estado del alma en la presencia de Dios, eso lo sabemos. Donde está Dios hay
cielo. Entonces si Dios está en nosotros ¡Estamos llenos de la vida de cielo!
Y ¿Desde
cuándo sucede esto? Desde hace mucho tiempo, no es novedoso en cuanto al
tiempo, de repente es novedoso ponernos a reflexionar sobre esto. Desde el día
de nuestro Bautismo Dios nos regala su presencia en nuestra vida, una presencia
real que no es un invento, una fiesta de cielo en nuestro interior.
Es claro
que esta fiesta puede perderse por el pecado, esencialmente por el pecado
mortal que corta la comunión con Dios, que rompe la vida de Gracia en nosotros,
pero podemos recuperarla a través del Sacramento de la reconciliación. Es
decir, esa vida puede estar en nosotros toda la vida, es el gran tesoro que
llevamos en vasijas de barro, por eso Dios nos dice "Te basta mi
Gracia".
¿A quién no
le bastará tener a Dios en su interior? Tan cerca, tan íntimo, tanto amor.
Entonces
esa es la fiesta que llevamos dentro, una fiesta que no es simplemente un
placer momentáneo, sino la felicidad completa. Cargamos en nuestro interior con
la fuente de la felicidad y ¿Estamos tristes? ¡No!
Nos pueden
quitar muchas cosas, nos pueden agraviar, nos pueden maltratar, la vida puede
ser difícil, lo que sea que estemos pasando, pero nadie puede quitarnos la
fiesta que llevamos dentro. Nadie, excepto nosotros mismos ¿Cómo? Cediendo al
pecado, dándole lugar en nuestra vida.
Por eso,
reflexionemos y vivamos esa felicidad de comunión con Dios, no nos permitamos
perder su vida en nosotros, y disfrutemos de este hermoso regalo de Nuestro
Padre Celestial.
Fuente: Una
Voz en el Desierto
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