La oración
es una gracia que Dios ha puesto en nuestra vida y que pocas veces valoramos
como tal. El poder hablar con Dios es un don precioso, y mucho más precioso es
saber que Él nos escucha y que también nos responde.
La oración
es la conversación con Dios, es estar con nuestro Dios, con nuestro Padre, con
nuestro Amigo. Con Aquel que nos ama infinitamente y que se regocija en el
tiempo que le dedicamos como un verdadero Papá.
En la
oración, nuestra alma, encuentra el reposo en el corazón de Dios. Nuestra alma
recibe las caricias llenas de amor y misericordia de nuestro Dios, que nos
ayudan a sanar, a fortalecernos, a erradicar las manchas del pecado.
En la
oración nuestra alma disfruta del tiempo eterno que anhela, que busca, que
desea, que aspira. No nos olvidemos que somos de Dios, para Dios hemos nacido y
a Dios tendemos. Somos hijos de Dios, como tales, estamos hechos a su imagen y
semejanza, y el alma es nuestra parte esencialmente comunicadora entre Dios y
la humanidad.
Por eso es
tan importante el tiempo de oración, es respirar con el alma de par en par en
el ámbito de cielo, de santidad, de divinidad porque es el encuentro con Dios
mismo.
Tratemos a
nuestra alma como ese tesoro que llevamos dentro, procuremos el encuentro con
Dios para que todo lo que somos, Espíritu, alma y cuerpo se llene del amor y la
misericordia derramados en cada momento de oración, así nuestra vida
experimentará los cambios necesarios para la santidad. Amén
UNA VOZ EN EL DISIERTO
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