Leer:
Isaías 48:16-22
| Seco.
Polvoriento. Peligroso. Un desierto… un lugar donde hay poca agua y la vida es
hostil. Por eso, no sorprende que la palabra desértico describa un sitio
inhabitado. Pocas personas eligen estar allí, pero, a veces, no pueden
evitarlo.
Las
Escrituras revelan que el pueblo de Dios estaba familiarizado con la vida en el
desierto. Gran parte de Medio Oriente, incluido Israel, es desértica, pero con
algunas excepciones fértiles, como el Valle del Jordán y las regiones aledañas
al Mar de Galilea. Dios decidió «levantar su familia» en un lugar rodeado por
el desierto, donde pudiera mostrarle su bondad al protegerla y suplirle sus
necesidades a diario (Isaías 48:17-19).
En la
actualidad, casi nadie vive en desiertos literales, pero solemos atravesar
situaciones con características extremas similares. A veces, la obediencia nos
lleva a experimentarlas; pero otras no se deben a nuestras decisiones o acciones.
Cuando alguien nos abandona o una enfermedad nos invade, nos sentimos como en
un desierto, donde los recursos son escasos y la vida resulta difícil.
Pero el
propósito de atravesar un desierto, ya sea literal o figurativo, es hacernos
recordar que dependemos de la provisión de Dios; lección que no debemos olvidar
cuando vivimos en la abundancia.
¿Cómo te está sustentando Dios?
En todo desierto, Dios tiene un
oasis de gracia.
Nuestro Pan
Diario
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