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Hebreos 6.9-15 | Imagine que usted está esperando en una fila que no se ha
movido por diez minutos. Muchos de nosotros nos sentiríamos frustrados, pues
vivimos en una generación que espera resultados inmediatos.
Todo el
mundo lucha con cierto grado de impaciencia. Nacimos con esta característica;
pensemos en el bebé que quiere su leche a medianoche. Su reacción innata es
llorar al primer indicio de incomodidad hasta que tenga satisfecha su
necesidad. Los hábitos de nuestra vieja naturaleza carnal, como la impaciencia,
hacen que esto sea una batalla continua para la mayoría de las personas, pero
que bien vale la pena enfrentar.
Veamos la
definición bíblica de paciencia. La palabra puede referirse tanto a ser tardo
para la ira, como ser perseverante —es decir, a no rendirse bajo la presión.
La paciencia se revela cuando estamos dispuestos a esperar sin sentirnos
frustrados, aunque estemos sufriendo o experimentando un deseo poderoso.
Además, paciencia significa aceptar lo que el Señor decida dar o no, y estar
dispuesto a recibirlo en el tiempo de Él. Mientras tanto, debemos orar,
obedecer y perseverar mientras buscamos la dirección de Dios.
El peligro
de la impaciencia es que podemos perder el plan perfecto del Señor y su
bendición. Pero si confiamos en la voluntad y en el tiempo de Dios, conoceremos
la paz interior.
¿Cuál es la
causa de su estrés? Examine bien si está tomando las cosas en sus manos, o si
está dejando las circunstancias al Dios todopoderoso. Obedezca lo que dice el
Salmo 37.7: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él”. Busque su voluntad y
su tiempo. Cualquier otra cosa puede ser destructiva.
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