viernes, 16 de septiembre de 2011

Sal de la tierra



"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada?...” (Mateo 5:13a)

Los cristianos somos llamados la sal de la tierra porque nuestras vidas enriquecen y dan sentido a esta existencia llamada vida.


Antes de la salvación, éramos como granos de arena, muy numerosos para contar; pero luego de recibir a Cristo, fuimos transformados de ser minúsculos pedazos de piedra que no se diferencia mucho de otro grano, a algo distintivo en sabor, textura y aroma.

Jesús comparó a los creyentes con sal por un motivo: la sal es un mineral dietético utilizado para dar sabor y preservar, y necesario para todas las criaturas vivientes. Si se abusa de la sal, puede ser dañino. Sin embargo, se debe ingerir sal porque regula el contenido de agua en nuestros cuerpos. Jesús usó la sal para describir cómo los cristianos necesitan traer balance y esperanza a un mundo que fallece.

“Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada?” En otras palabras, si un cristiano ha perdido su gusto y fervor, ¿entonces cuál es la diferencia entre un grano de arena que era antes y la “sal” que es ahora? La respuesta es: muy poco.

Debido a recientes circunstancias en mi vida, he meditado en estas palabras diferente a lo que había acostumbrado. Los problemas nos pueden causar cansancio y tal como la sal se disuelve en el agua, los cristianos podemos ser alterados por sus experiencias.

Por ejemplo, lo que creíamos antes de un evento traumático, no siempre es así después. ¿Por qué? Puede haber muchas razones, pero las más comunes son la depresión, la fatiga y la duda personal.

Debemos entender claramente que hay un enemigo obrando en estos casos. Si somos la sal de la tierra y es posible que perdamos nuestro sabor, no es un gran secreto que el diablo hará lo posible para nuestra efectividad (sabor) no sea lo que solía ser.

Considere que el mar está lleno de sal, pero sólo es extraído por un proceso de hervir (quitar el agua para retener la sal). No me gusta la idea de atravesar pruebas, pero si eso es lo que se necesita para recuperar la “sal” en mi vida, entonces creo que estaría bien conmigo. Lo que he aprendido es que Dios no es quien destruye, sino el que restaura las vidas y corazones rotos.

El proceso de fuego comprobará la cantidad de sal que hay. De la misma forma, las pruebas mostrarán si nuestras vidas son sazonadas por Dios o revelará cuánto nos hace falta. Cualquiera que sea el resultado, si se maneja correctamente puede ser de beneficio.

“Amados, no os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciera. Al contrario, gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.” (1° Pedro 4: 12-13)

No puedo controlar qué pruebas enfrento, pero sí puedo cuidar mi “sal”. Al final de cuentas, ¿de qué sirvo si perdí mi sabor?

Oración:

Oh Dios, estoy en este mundo para enriquecer y dar sentido a la vida de otros por tu amor. Esa es la sal de mi vida. Ayúdame a mantenerla, a tener equilibrio, a tomar decisiones que me permitan vivir de acuerdo con tu carácter. No quiero perder mi sabor, por eso entrego mis deseos y mi voluntad ante ti. En el nombre de Jesús. Amén.

Escrito por Daphne Delay. Escritora invitada para el Club 700

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