"Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será
salada?...” (Mateo 5:13a)
Los
cristianos somos llamados la sal de la tierra porque nuestras vidas enriquecen
y dan sentido a esta existencia llamada vida.
Antes de la
salvación, éramos como granos de arena, muy numerosos para contar; pero luego
de recibir a Cristo, fuimos transformados de ser minúsculos pedazos de piedra
que no se diferencia mucho de otro grano, a algo distintivo en sabor, textura y
aroma.
Jesús
comparó a los creyentes con sal por un motivo: la sal es un mineral dietético
utilizado para dar sabor y preservar, y necesario para todas las criaturas
vivientes. Si se abusa de la sal, puede ser dañino. Sin embargo, se debe
ingerir sal porque regula el contenido de agua en nuestros cuerpos. Jesús usó
la sal para describir cómo los cristianos necesitan traer balance y esperanza a
un mundo que fallece.
“Pero si la
sal pierde su sabor, ¿con qué será salada?” En otras palabras, si un cristiano
ha perdido su gusto y fervor, ¿entonces cuál es la diferencia entre un grano de
arena que era antes y la “sal” que es ahora? La respuesta es: muy poco.
Debido a
recientes circunstancias en mi vida, he meditado en estas palabras diferente a
lo que había acostumbrado. Los problemas nos pueden causar cansancio y tal como
la sal se disuelve en el agua, los cristianos podemos ser alterados por sus
experiencias.
Por
ejemplo, lo que creíamos antes de un evento traumático, no siempre es así
después. ¿Por qué? Puede haber muchas razones, pero las más comunes son la
depresión, la fatiga y la duda personal.
Debemos
entender claramente que hay un enemigo obrando en estos casos. Si somos la sal
de la tierra y es posible que perdamos nuestro sabor, no es un gran secreto que
el diablo hará lo posible para nuestra efectividad (sabor) no sea lo que solía
ser.
Considere
que el mar está lleno de sal, pero sólo es extraído por un proceso de hervir
(quitar el agua para retener la sal). No me gusta la idea de atravesar pruebas,
pero si eso es lo que se necesita para recuperar la “sal” en mi vida, entonces
creo que estaría bien conmigo. Lo que he aprendido es que Dios no es quien
destruye, sino el que restaura las vidas y corazones rotos.
El proceso
de fuego comprobará la cantidad de sal que hay. De la misma forma, las pruebas
mostrarán si nuestras vidas son sazonadas por Dios o revelará cuánto nos hace
falta. Cualquiera que sea el resultado, si se maneja correctamente puede ser de
beneficio.
“Amados, no
os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna
cosa extraña os aconteciera. Al contrario, gozaos por cuanto sois participantes
de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria
os gocéis con gran alegría.” (1° Pedro 4: 12-13)
No puedo
controlar qué pruebas enfrento, pero sí puedo cuidar mi “sal”. Al final de cuentas,
¿de qué sirvo si perdí mi sabor?
Oración:
Oh Dios,
estoy en este mundo para enriquecer y dar sentido a la vida de otros por tu
amor. Esa es la sal de mi vida. Ayúdame a mantenerla, a tener equilibrio, a
tomar decisiones que me permitan vivir de acuerdo con tu carácter. No quiero
perder mi sabor, por eso entrego mis deseos y mi voluntad ante ti. En el
nombre de Jesús. Amén.
Escrito por
Daphne Delay. Escritora invitada para el Club 700
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