Luis García Dubus-Litin
Diario: El ebanista había realizado su trabajo lo mejor que podía. Ahora fue a
entregarlo, con cierto temor, porque le habían dicho que aquel señor era muy
exigente.
El señor gerente
examinó el trabajo y dijo: -“Está muy bien. Con lo que no estoy conforme es con
el precio”.
El ebanista
palideció. Pero antes de que dijera nada, el gerente habló de nuevo.
- “Creo que está
demasiado barato. Su trabajo vale más...” Y, accionando el intercomunicador,
ordenó a su contable hacerle un cheque al ebanista por mucho más de lo que él
esperaba.
Este otro caso
estaba presente, pero me lo contó alguien que si lo hizo. E.S.C., conocido
abogado, estaba dejando asombrado a todos los amigos que venían a visitarlo.
Durante toda su
vida, había tenido fama de ser un gran literato, un intelectual... y un gran
anticlerical.
En ocasiones
había dicho que lo mejor que podía hacerse con los “curas” era colgarlos a
todos.
Sin embargo, en
su lecho de muerte, había recibido la visita de un humilde sacerdote, con quien
habló durante un rato.
Desde entonces el
autosuficiente intelectual amargado se convirtió en un hombre humilde y alegre,
que dejaba asombrados a todos sus amigos cuando les decía: -“No me hablen de
ciencia, ni de política, ni de nada de eso.
Sólo me interesa
hablar acerca de Dios. ¡Cuánto lamento no haber descubierto esto antes!
Hablemos del amor de Dios...” ¿Qué relación tienen estos dos casos entre sí?
¿Qué conexión tienen con el evangelio de este domingo? Si usted lee el
evangelio de hoy con atención, descubrirá la conexión en seguida.
Hay allí dos
grandes mensajes de esperanza. El primero es este: A la hora de pagar, Dios es
arbitrariamente generoso.
Usted y yo nos
vamos a sorprender al comprobar un día que Dios había estado tan pendiente de
la más mínima cosa que hiciéramos por cualquier persona, para retribuírnoslo
con asombrosa generosidad.
Y el segundo:
Para Dios nunca es tarde. No importa su edad ni su pasado, Dios está interesado
en usted por que Dios lo ama a usted más de lo que usted se ama a sí mismo.
El amor de Dios
es algo tan profundo y gratuito, que no cabe en nuestro limitado cerebro.
¿Podremos
experimentarlo usted y yo? Quien lo hace, consigue una paz y una alegría
interior que nada ni nadie puede quitarle.
Quizás... Si pudiéramos
hacer un poco de silencio...
La pregunta de hoy
¿Cómo puede Dios
amarme tanto si yo no me lo merezco y ni siquiera lo conozco? Si usted tiene o
ha tenido hijos, sabrá que un niño de dos o tres años no necesita ganarse el
amor de sus padres. Lo aman porque es su hijo, y punto.
Con usted y
conmigo pasa lo mismo Dios: lo ama por que usted es su hijo. Y estas palabras
son tanto para mí como para usted: “Con lealtad eterna te quiero...” (Isaías
54,8) “Si alguien te ataca no es de parte mía.” (Isaías54,15) “No temas, porque
yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, tú eres mío.” (Isaías 43,1)
“El cristiano está llamado a descubrir la mirada alegre de Dios, y a sentirse
protegido”.
Juan Pablo II
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