“¡Desnudar
el alma es cosa de valientes!” en las acertadas palabras de Elizabeth Wright,
representante en Argentina de Open Hearts Ministries Inc. es una declaración
contundente, fuerte, con profundo contenido; pero por sobre todas las cosas
emitida con el respaldo de una vasta experiencia y conocimiento profesional del
tema.
Muchos de
los escritores cristianos pasamos a menudo por la tentación de escribir cosas
que las personas esperan leer, decir lo que la gente espera y quiere oír. A
decir verdad, es una hermosa vivencia leer líneas y líneas interminables de
comentarios de los que dejan nuestros lectores. Y eso está muy bien. No sólo es
lindo; también es bueno, estimulante y edificante para nosotros.
Sin
embargo, las experiencias tristes, o en todo caso “esas” de las que no queremos
hablar; compartidas a corazón abierto, sirven, enseñan, suelen construir lo que
no lo hace un torrente de palabras sobre extraordinarios testimonios del poder
de Dios obrando en situaciones límite. Toda vez que no “levantan una pared de
una sola vez” sino que lo hacen ladrillo a ladrillo. Tal como se erigen los
muros de nuestra vida.
Esas
experiencias en las que el amor de Dios, un milagro en una encrucijada, una
victoria aplastante sobre una enfermedad; son sin duda alguna edificantes. Nos
emocionan, nos animan, nos llenan de esa energía vital que a veces nos falta
para confiar totalmente en nuestro amoroso Padre Celestial. Nuestros corazones
prorrumpen espontáneamente en alabanza.
Pero con
frecuencia descubro que los mensajes de Dios son en una abrumadora mayoría
mucho más sutiles. Elías esperaba oir la voz de Dios entre manifestaciones
portentosas, sin embargo esto finalmente sucedió en un “silbo apacible y
delicado” (I Reyes 19:12).
Días atrás,
tal parece que los ánimos no estaban del todo bien en mi familia. Una jornada
agotadora de trabajo con muchas dificultades, tanto en lo mío como lo de mi
esposa. Un día difícil en el colegio de mi hija… todo fue contribuyendo para
que el estado de ánimo no fuera el mejor, precisamente. Un simple comentario
mío disparó una conversación áspera, que muy pronto se convirtió en una
discusión ríspida y dolorosa donde el “pase de facturas” fue mutuo. Mi hija se
fue llorando en soledad a su habitación, mi esposa quedó en la cocina sumida en
una profunda tristeza, mientras gruesos lagrimones rodaban por sus mejillas. Y
quien esto escribe, por otro rincón del departamento lisa y llanamente
destrozado. ¿Quién dice que en casa de los creyentes esto no pasa? Felizmente,
en nuestro caso no es la regla general, sino la excepción. Pero que sucede…
¡sucede!. Literalmente una bomba había estallado en medio de la familia
poniendo a cada uno apartado por su lado en tristeza, angustia y soledad.
“-Así es
como nos quiere el Enemigo,” pensé. “-Señor, no puedo permitir esto” clamé a
Dios cuando vi lo que había pasado a mi alrededor.
Acto
seguido, y resuelto a no permitir semejante desastre, fui hasta la habitación
de mi hija. “-Vení”, le dije con un nudo en la garganta y casi sin poder emitir
palabra. Nos volvimos a reunir los tres, las abracé y con lágrimas en los ojos
dije: “-Lo siento, lo siento mucho. Las amo, las quiero mucho. Perdón”. Esa
noche nos fuimos a dormir como corresponde. Habiendo dado gracias a Dios, en
paz y con gozo en el corazón…
Lo dije al
principio: desnudar el alma no es fácil. ¡Y de veras que no me resulta cosa
liviana escribir estas cosas!. Afrontar aquél episodio no fue sencillo ni mucho
menos, agradable. Pero si hay algo que una vez más me asombró, es la
manifestación tangible y evidente de la Gracia Restauradora de Dios obrando con
poder. Me sentí liberado. Y los míos también habían sido liberados. Gruesas
cadenas habían caído alrededor nuestro.
Y es que
amad@: cuando dejamos de ser nosotros mismos e invocamos la presencia y el
poder del Altísimo en nuestras vidas, no sólo éste inmediatamente se hace
presente. Te libera a ti y a los que están alrededor tuyo, toda vez que no
somos islas y lo que hacemos y decimos influye y los afecta en una forma mucho
más directa y contundente de lo que somos capaces de imaginarnos.
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios,
santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó,
así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es
el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que
asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.”
(Colosenses 3:12-15 RV60)
Escrito por:
Luis Caccia Guerra para Devocional Diario
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.