Si hay algo que termina
una buena relación, es asumir discusiones permanentes, por situaciones incluso
triviales. Es cierto, cuando no compartimos algo es necesario ponerlo a
consideración con nuestra pareja y con los hijos; no obstante, muchas de las
discusiones que surgen al interior de la familia, son producto de nuestro orgullo,
del deseo que tenemos de imponer nuestro criterio y, en algunos casos, ejercer
presión creyendo que de esta manera hacemos valores nuestra autoridad.
El rey Salomón escribió
sobre lo molesto que es convivir en un espacio familiar donde hay contención
permanente: “Mejor es morar en tierra
desierta que con la mujer rencillosa e iracunda.”Proverbios
21:19; cf. 21:9)
Cuando hay un ambiente
de discusión permanente o conversaciones que desembocan en contrariedades, hay
dos caminos a seguir: el primero y más importante, orar a Dios buscando su guía
para saber a qué situación desconocida para nosotros, nos estamos enfrentando;
y la segunda, considerar el asunto bien con nuestro cónyuge o con los hijos,
procurando establecer dónde se originan los enfrentamientos.
El eje fundamental es el
diálogo. Téngalo presente siempre: dialogar; pero dialogar no para imponer
nuestro criterio, sino para llegar a acuerdos.
Es fundamental que
reconozcamos que muchas veces somos orgullosos, y no queremos dar el brazo a
torcer. Preferimos un buen conflicto antes que una conciliación en la que
pudiéramos perder nosotros terreno. Olvidamos que las contiendas no son del
agrado del Señor en Su Reino, que estamos estableciendo entre nosotros (Cf.
Gálatas 5:19-21)
Puede que haya lujos en
el hogar, solidez económica y reconocimiento social, pero si hay discusiones, y
el clima es de confrontación permanente, la vida se torna infeliz (Cf.
Proverbios 21:9)
Una de las acciones
aconsejables, si deseamos edificar un hogar sólido donde haya sana convivencia,
es revisar de qué manera estamos contribuyendo a desencadenar problemas, y en
segundo lugar, pensar muy bien antes de hablar; ser cuidadosos para no generar
heridas, como enseña el libro de las
familias triunfadoras que es la Biblia: “Las palabras de la boca del sabio son llenas de gracia, mas los
labios del necio causan su propia ruina.”(Eclesiastés 10:12)
Tenga presente siempre
que es posible cimentar familias donde haya amor, ternura y comprensión. El
primer paso es que Dios ocupe el centro del hogar, y el segundo, que con Su
divina ayuda, identifiquemos errores y nos dispongamos a corregirlos. Recuerde
que el diálogo es esencial en todo momento.
Por Fernando Alexis
Jiménez
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