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SALMO 121.1, 2 | Imagine que una niña de tres años se da
cuenta, de repente, que ha perdido de vista a su padre. Imagine su sensación de
temor —un sentimiento de peligro y de vulnerabilidad. Pero en realidad, su
padre está en la habitación adyacente desde donde puede verla perfectamente.
Al igual
que esa niña, nosotros podemos estar acosados por problemas y dominados por el
temor, al punto de preguntarnos dónde está Dios. Si somos capaces de apartar
nuestra mente de las adversidades y levantar la mirada con ojos espirituales,
veremos que Él está y ha estado siempre cerca de nosotros (Dt 31.6).
Lamentablemente,
los problemas son como un imán para nuestra atención; se necesita hacer un
esfuerzo para quitar nuestra mirada de ellos y fijarla en Dios. No obstante,
cuando cultivamos el hábito de buscar la presencia del Señor todos los días,
descubriremos que será más fácil hacerlo en una crisis.
El Espíritu
Santo está listo para ayudarnos a agudizar nuestra visión espiritual. El mejor
momento para practicar esto, es cuando nuestros problemas están bajo control y
el nivel de estrés es tolerable. Sin embargo, son esos precisamente los
momentos cuando menos buscamos a nuestro Padre celestial.
Tenemos que
convertirnos en personas que busquen evidencias de la cercanía de Dios. Podemos
buscarla en la creación, en los cristianos con quienes le adoramos y servimos,
y en nuestras propias vidas. Con ojos espirituales ejercitados para buscar con
afán al Señor, seremos capaces de levantar la mirada y encontrarle, incluso en
las noches oscuras de nuestras vidas (Hch 7.55).
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