En el
sentido etimológico de la palabra, un orfebre es un «herrero del oro». Es,
pues, el que da forma al metal precioso mediante el martillo. Pero cuando
hablamos de una «obra de orfebre», también evocamos la minuciosidad, la
precisión y la delicadeza.
Dios, al
igual que un orfebre, da forma a los creyentes para que reproduzcan más
fielmente la belleza moral de Cristo. A veces puede emplear el martillo, es
decir, una prueba (pérdida de un empleo, fracaso, enfermedad, duelo…), pero
siempre mide lo que hace, y lo hace con amor. Cristianos, nunca pensemos que
Dios nos abandona cuando permite el sufrimiento en nuestras vidas. Todo lo
contrario, pues precisamente en esos momentos es cuando quiere que
experimentemos todas sus compasiones.
Nunca se
equivoca en el grado de intensidad de la prueba: “Fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios
10:13). Pensemos en la paciencia de Job: por medio de terribles pruebas
aprendió a conocerse a sí mismo, y sobre todo a conocer mejor a Dios.
“He aquí,
tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de
Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y
compasivo” (Santiago 5:11).
Afligidos
en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa
que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. – 1 Pedro 1:6-7.
(Amen,
Amen)
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