Leer | SALMO 25.1-18
| Como creyentes, tenemos un
Padre que nos ama y desea lo mejor para nosotros. Somos parte de una familia
espiritual con muchos hermanos. Pero entonces, ¿por qué, a veces, nos sentimos
solos, incluso cuando no atravesemos ninguna crisis?
La mayor soledad que puede experimentar una persona se debe
a su separación del Padre celestial. Es un problema espiritual cuya fuente es
el pecado. Experimentamos una ruptura de nuestra comunión con el Señor cuando
lo desobedecemos y hacemos lo que nos place. El remedio es la confesión a Dios
(1 Jn 1.9), lo cual lleva a restaurar nuestra comunión con Él. Si nos negamos a
reconocer nuestro pecado, la separación se vuelve peor.
El afán y las preocupaciones por las cosas de este mundo
causan también soledad. A veces, hacemos a un lado el tiempo con Dios para
ocuparnos de nuestras obligaciones. Para vencer la soledad, dedique tiempo para
reconectarse con Dios por medio de su Palabra; nútrase con el conocimiento de
su amor, y medite en sus grandes promesas (Ef 3.16-18).
Estar en armonía con el Señor renueva nuestro propósito y
nuestras fuerzas. Hace posible que la sensación de soledad disminuya, la
esperanza reemplace al desánimo y nuestro enfoque cambie. Es importante que
busquemos oportunidades para practicar la reciprocidad —alentando, sirviendo,
amando y ayudando a las personas que nos rodean.
Cuando David se sentía solo y aislado, se volvía al Señor y
buscaba su ayuda. El tiempo con Dios es tanto el antídoto contra la soledad
como la protección contra ella.
(En Contacto)
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