“¿Y a
quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?
Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad…Mirad, hermanos, que
no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad, para apartarse del
Dios vivo” (Hebreos 3:18-19,12).
Hebreos
advierte a la iglesia del Nuevo Testamento: “Presten atención al ejemplo de
Israel. Si no lo hacen, podrán caer de la misma manera que ellos lo hicieron.
Ustedes caerán en una incredulidad diabólica. Y esto hará de vuestras vidas en
un continuo y largo desierto.”
Considere
lo que le sucedió a la generación incrédula, los cuales fueron llevados de
vuelta al desierto. Dios se los dijo sin rodeos, desde los líderes hasta los
jueces y a los Levitas y hasta todos los demás, que su mano estaría contra ellos.
De ahí en adelante, todo lo que ellos conocerían sería la angustia y escasez de
alma. Ellos no verían su gloria. En lugar de eso, ellos se enfocarían en sus
propios problemas y se consumirían en sus propias lujurias.
Eso es
exactamente lo que sucede con todas las personas incrédulas. Terminan
consumiéndose con su propio bienestar. No tienen visión, ni sentido de la
presencia de Dios, y no tienen vida de oración. Ya no les importan sus vecinos,
o el mundo perdido, ni aún sus propios amigos. En lugar de eso, el enfoque
completo de sus vidas está en sus problemas, sus conflictos, sus enfermedades.
Van de una crisis en crisis, encerrados en sus propios dolores y sufrimientos.
Y sus días están llenos de confusión, disputas, envidias y división.
Sin fe, simplemente
es imposible agradar a Dios. Después de que Dios dividiera las aguas del Mar
Rojo para que los Israelitas pudieran caminar y llegaran a salvo, ellos
bailaron y se regocijaron. Y luego, sólo tres días más tarde, estos mismos
israelitas estaban quejándose contra Dios, murmurando y reclamando, dudando de
que la verdadera presencia de Dios estuviere entre ellos.
Por treinta
y ocho años, Moisés vio cómo uno por uno, cada Israelita en esa generación
incrédula murieron. Y mientras él miraba hacia atrás, a aquellos que habían
desperdiciado sus vidas en el desierto, él vio que todo lo que Dios había
advertido, se había cumplido. “Y también la mano de Jehová vino sobre ellos
para destruirlos de en medio del campamento, como Jehová les había jurado” (ver
Deuteronomio 2). Dios suspendió su propósito eterno para Israel durante todos
esos años.
De igual
manera hoy día, algunos cristianos están contentos con tan sólo existir hasta
que mueren. No quieren arriesgar nada, ni creerle a Dios, ni crecer o madurar.
Rehúsan creer en su Palabra, y llegan a endurecerse en su incredulidad.
Entonces es que están sólo viviendo para morir.
(David
Wilkerson, fallecido)
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