Es
imposible saber cuánta fe tiene una persona con solo observarla. Compara tu fe
con un caldero de agua; solo sabrás si contiene mucha agua si lo sacudes con un
golpetazo. Del mismo modo, cuando la vida te golpea, se derrama lo que hay en
tu interior.
Quizás la
crisis financiera de los últimos años te haya afectado -¡golpetazo!- ¿Qué
salió de ti, temor o fe? Tal vez el médico te haya dado malas
noticias, a ti o a un ser querido, y hace falta realizar nuevos exámenes -¡golpetazo!-
¿Qué fue lo que se desbordó? ¿Pensar en lo peor o confiar en Dios para sanidad? La
gente no puede saber cuánta fe tienes solo observándote, pero sí cuando te
escuchan.
En la vida
vas a recibir golpes, vas a ser probado. El propósito de esas pruebas no es
solo revelar tu fe sino también refinarla. Dios no prueba tu fe para saber
cuánta tienes; Él ya lo sabe. Lo hace para que tú mismo lo sepas, y para que la
refuerces.
Piensa por
un momento en la situación más difícil por la que estás pasando ahora y
pregúntate: ‘¿Se está mermando o incrementando mi fe con esta
situación?’ Nos dice la Palabra: “Estas pruebas demostrarán que su fe es
auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y
purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo
oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha
alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo”
(1 Pedro 1:7 NTV).
(Devocionales
Cristianos)
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