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APOCALIPSIS 21.10-27 | Todos hemos pecado, y nuestras transgresiones
exigen expiación. Por esto, Dios Padre envió a su Hijo a morir en nuestro
lugar, para pagar totalmente nuestra deuda. Somos perdonados por el precio que Él
pagó, y si aceptamos su sacrificio por nosotros, nuestros nombres serán
escritos en el libro de la vida del Cordero.
La muerte
de Cristo en la cruz allanó el camino para que podamos ir al cielo. Gracias a
que Él murió, no solo podemos vivir con Él por toda la eternidad, sino además
llegar a disfrutar de una relación personal con el Señor mientras estemos aquí
en la Tierra. Todo está resumido en la cruz. Todo se reduce a Cristo.
¿Alguna vez
ha reconocido usted su pecado contra Dios? ¿Está dispuesto a pedirle que le
perdone, no por lo que usted es o por lo que ha hecho, sino simplemente gracias
a la sencilla verdad de que Jesucristo, el inmaculado Hijo de Dios, es el
Salvador que fue a la cruz en lugar suyo? Si está dispuesto a confesar su
pecado, de apartarse del mismo, y de rendir su vida al Señor, el Espíritu Santo
entrará en su corazón y le sellará para siempre como un hijo de Dios. Podrá
vivir el resto de su vida sabiendo que pase lo que pase en los altibajos de su
existencia, estará seguro para siempre en los brazos del Todopoderoso, y de que
le aguarda la vida eterna en su presencia.
Al pensar
en lo que Jesús sufrió para expiar sus pecados, la única respuesta apropiada es
la humilde gratitud. Pídale a Dios que su Espíritu le permita ver cualquier arrogancia
o resistencia en su vida, para que pueda reconocer, en privado y después
públicamente, que la cruz es nuestra única esperanza.
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