Leer | JUAN
9.1-38 | ¿Ha pensado usted alguna vez en el gran poder
que tiene su sencillo testimonio? El evangelio de Juan nos cuenta una historia
maravillosa acerca de un hombre ciego que Jesús sanó. Si la historia hubiera
terminado simplemente cuando el hombre abrió los ojos y alabó a Dios, aun eso
habría sido grandioso. Pero Juan sigue con el relato para decirnos lo que
sucedió después.
Las
autoridades judías no sabían qué pensar de esta sanación milagrosa. Tenían
todos los hechos de un hombre que sabían que había nacido ciego; la multitud
que escuchó su conversación con Jesús; y la prueba de identidad del hombre que
dieron sus padres, pero se negaron a creer lo que estaba claro para tantos; es
decir, cuestionaron el testimonio del hombre.
Las
autoridades religiosas expresaron su incredulidad llamando a Jesús pecador (Jn
9.24), como si la falta de fe de ellos descalificara de algún modo su milagro.
La
respuesta del hombre en Juan 9.25 fue brillante por su sencillez: “Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que
habiendo yo sido ciego, ahora veo”.
No importa qué más dijeran, el hombre sabía que los fariseos no podían
refutar el hecho básico de que había sido sanado. La Biblia señala que las
autoridades perdieron los estribos, porque no pudieron contradecir ese hecho.
La gente
simplemente no puede ni podrá jamás contradecir la verdad de la experiencia que
los creyentes hemos tenido con el Señor Jesucristo. Alégrese por el hecho de
que el Señor le ha dado una poderosa arma en medio de una batalla espiritual
tan terrible.
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